Ver la primera parte de la historia: El profe y el alumno.
Ver la segunda parte de la historia: Pochoclo
Ver la tercera parte: El video
Ahí me encontraba yo, al otro día de mi encuentro con Pochoclo, en el consultorio del Damián, el psicólogo al que dos días atrás había cosquilleado generosamente, a pedido de Pochoclo. Buscaba respuestas, explicaciones, algo que le diera sentido a la locura que había vivido el día anterior.
Vos no sos como los otros —me dijo después de saludarlo, de manera enigmática.
¿Ser como quienes? —le pregunté —¿Qué otros?
Empecemos por el principio —me preguntó —¿Qué sabés de Pochoclo?
Le conté lo ocurrido luego del encuentro que habíamos tenido en este consultorio: lo que había pasado con Pochoclo, su propuesta del video en su casa, la tortura mediante las cosquillas... Me daba vergüenza admitir que me había masturbado, así que no se lo dije.
¿Cómo lo conociste? —quiso saber.
Le di clases de biología a un chico llamado José —le respondí —Digamos que las cosas se salieron de control y de alguna manera él obtuvo un video mío que llegó a Pochoclo.
Al mencionar el nombre José, la cara del terapeuta se transformó hacia el horror.
Conozco a José y conozco lo que pasó entre ustedes —me confesó.
¿Cómo...? —le pregunté.
José fue paciente mío y sé lo que pasó entre ustedes —me respondió, mirándome la entrepierna —así que ya sé los detalles.
¿José está internado? —pregunté, para cambiar el tema.
No, ¿Quién te dijo eso? —preguntó
Pochoclo —le respondí
No, no solo no está internado, sino que además fue José quien te entregó a Pochoclo —me dijo.
¿Cómo sabés? —quise saber.
Porque también él me entregó a mí —soltó.
Damián se aflojó un botón de la camisa y se puso cómodo.
—José no es más que otra víctima de la red de explotación que armó Pochoclo. Pochoclo es un hombre de unos cincuenta años, aunque parece de muchísimo menos. Su verdadero nombre es David y todos lo conocen por el apodo de la productora que él tiene: Pochoclo producciones, que se dedica a hacer videos como el que participaste. Entre las diversas categorías que existen dentro de la industria pornográfica, las cosquillas es una de ellas. Varios medios estadounidenses definen la práctica como un "fetiche". Los contenidos para adultos que incluyen cosquillas no se producen únicamente para el público masculino homosexual. En los videos también participan mujeres y parejas heterosexuales. En algunas ocasiones llevan ropa y en otras no.
Recordé mi video, en el que estaba completamente desnudo.
¿Y qué tiene que ver todo esto con José? —Le pregunté.
—Hay dos clases de hombres que recluta Pochoclo: los que son pagos y los extorsionados. A los primeros les paga, pero de lo que más disfruta es de someter víctimas. Los que reciben dinero ayudan a Pochoclo a informar sobre los movimientos de los extorsionados y participan en corregir a aquellos que no le obedecen o hablan de más, como estamos haciendo nosotros ahora. Igualmente, no hay lugares fijos. Alguien que ingresa en la red por estar desesperado por el dinero, puede terminar arrepintiéndose... Y Pochoclo no deja ir a nadie tan fácil: tiene los videos de todos nosotros y amenaza con enviarlo a los lugares de trabajo, a las familias. Yo creo que José ingresó por dinero y luego quiso salir.
¿Y cómo hizo? —quise saber.
Nos entregó a nosotros dos —me respondió.
¿También tenía un video tuyo? —inquirí.
Exactamente —confesó.
Sentí pudor al saber que mi historia había trascendido no solo a Pochoclo, sino al terapeuta de José. ¿Cuántos más sabrían de mis lechazos?
No necesito saber los detalles si no querés contarlos —le dije.
En esto, los detalles lo son todo —me respondió, tomando su celular —Importa saber por qué Pochoclo elige a ciertos hombres y qué características le atraen.
Damián me extendió su celular para mostrarme un video. Evidentemente, José lo había grabado sin que su terapeuta lo notara, pero se veía perfectamente. En el video, José avanzaba lentamente hasta llegar al cuerpo de su terapeuta sin camisa. Empezó a hacerle cosquillas en las costillas y en el estómago. Damián empezó a reírse involuntariamente, mientras hacía esfuerzos por no retorcerse. José también atacó sus axilas con una cara malévola.
Este es uno de los videos con el cual Pochoclo me tiene —me confesó el terapeuta, cortando la grabación.
No está tan mal —le dije, tratando de obviar que en el video se le iba notando bastante bien una erección a través de su pantalón. No se podía culpar al terapeuta: José había tocado sus pezones repetidas veces y todos sabemos que la estimulación esa zona le enciende el miembro a cualquiera.
Él tiene otro video mío muy parecido al tuyo —agregó —También estuve atado y fui obligado a reír con cosquillas.
¿Por qué le gustan tanto las cosquillas? —le pregunté
Tiene que ver con su historia —dijo el psicólogo —Él una vez me contó una historia sobre cuando era chico y creo que me dijo la verdad.
Me puse a escucgar la historia con gran interés.
Cuando era Pochoclo era un niño, su padre siempre parecía ser el objetivo de un vecino suyo, un empleado de la tienda de limpieza de su tío. Ese vecino, Roberto, era un chico joven, no muy guapo, algo musculoso, no demasiado alto, flaco. El padre de Pochoclo era todo lo contrario: un tipo alto, masulino, fornido, muy confiado, con un gran sentido del humor y una sonrisa rápida.
Pochoclo no recuerda cómo comenzó la práctica, pero Robert comenzó a darle masajes a su padre. Todos en la familia lo percibían como si estuviera haciendo algo beneficioso, ya que su padre estaba de pie todo el día. Como esto sucedía en su casa, Pochoclo casi siempre estaba allí para ver estos masajes.
Él cuenta que un domingo en particular, la familia se reunió para almorzar en la casa de su abuela. Hubo un total de 15 familiares y amigos presentes.
El padre y Roberto estaban en la sala de estar y de alguna manera, bromeando, Roberto rodeó rápidamente el tobillo elevado y se sentó sobre la pierna elevada del padre, como si fuera el agarre de un luchador. El padre solo podía ver la espalda de Robert, su pierna estaba capturada entre los muslos de ese hombre.
Pochoclo vio la sonrisa maliciosa en su rostro se intensificaba. Robert desató los cordones del hombre y le quitó el zapato. Volvió a mirar al padre, sostuvo el zapato en el aire por un segundo para que mi padre pudiera verlo antes de dejarlo caer al suelo con un ruido sordo. David cuenta que tenía una vista de la gran planta derecha de mi padre frente a él. Robert comenzó a acariciarle las plantas muy suavemente. Su padre se quejaba, riéndose, luchando más, tratando de liberar su pierna atrapada nuevamente. Roberto luego volvería a tener un toque más suave.
La risa estruendosa de mi padre parece incitar a los reunidos a los disturbios. Todos en la sala comenzaron a reírse, y luego se rieron, burlándose de él. Su suela grande continuó moviéndose en todas direcciones bajo el implacable ataque de Roberto. ¡Incluso algunos de los miembros de la familia comenzaron a incitar a Robert a hacerle cosquillas a su víctima "más rápido, más duro, dar todo lo que tenía!" Parecía que ahora eran los reunidos los que quería y exigía más!
Recuerdo que me sentí sonrojado por un segundo, y Roberto en realidad parecía sonrojado y estaba sudando mucho. Nunca supe que mi padre podía reírse tan fuerte, y tan desinhibidamente frente a tanta gente. El suplicio de las cosquillas parecía durar para siempre. Robert incitaría a mi padre ordenando "¡tomarlo como un hombre!" Mi tío y mis primos más jóvenes se unieron al coro. Incluso mi madre pensó que todo era muy divertido.
Todo el tiempo, todos se reían y le pedían a Robert que le hiciera cosquillas más rápido, que fuera más rudo y que "realmente lo hiciera reír más fuerte". Luego, algunos miembros de la familia y un par de amigos se volvieron más audaces. ¡Se levantarían de su asiento y se pusieron a hacerle cosquillas en la suela mientras simultáneamente se burlaban de él verbalmente! Roberto simplemente le pedirá a esa persona que lo vuelva a hacer. Incluso mis primos pequeños se rompieron en su gran suela cosquillea expuesta.
Supongo que no es evidente para todos, pero ciertamente para mí, Robert también estaba recibiendo un masaje en la entrepierna por cortesía de las piernas, tobillos y dedos de los pies. Miré la cara de mi padre, su boca estaba abierta con solo vendas de risa corriendo. A veces parecía estar cerca de las lágrimas, luego recuperaba el aliento con espasmos, y luego soltaba otro largo aullido de risa varonil. Robert continuaría lanzando sus comentarios ingeniosos, mientras que sus uñas dejaban largos rastros en la suave suela ahora más rosada. Atacó el empeine ancho, el talón grande, los costados del pie, primero con una mano y luego con dos. Pero, de nuevo, también lo hicieron casi todos los demás en la sala.
El gran hombre luchó tanto que una de las piernas del sillón finalmente cedió bajo el peso y los movimientos de mi padre y se rompió. El sillón se derrumbó a un lado con un ruido sordo, enviando a mi padre a rodar por el suelo y finalmente rompiendo el agarre de Robert sobre su pierna. Robert casi terminó en el suelo también. Eso puso fin a todo. ¡No hace falta decir que mi tía Agnes estaba furiosa!
Ahí tenemos mchos elementos para pensar el fetiche de David —explicó Damián —Las cosquillas en un hombre, hechas por otro hombre que se excitaba al hacérselas...
Iba a quedarme más tiempo, pero de repente recibí un mensaje de Pochoclo, que ahora sé que se llamaba David:
En media hora en casa.
¡No otra vez!
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