martes, 16 de junio de 2020

El video

Ver la primera parte de la historia: El profe y el alumno.
Ver la segunda parte de la historia: Pochoclo

Al otro día de la escena del terapeuta, Pochoclo me invitó a su casa nuevamente. Le pregunté si iríamos a algún lado, pero me dijo que no. De esta manera, me fui vestido así nomás: remera y jean. Cuando llegué, lo noté más relajado que de costumbre, como si tuviera todo el día. 

Lo que viste ayer fue para mostrarte mi pasión y a lo que me dedico, las cosquillas —dijo Pochoclo.
¿Cómo es eso? —le pregunté.
Produzco videos de cosquillas, específicamente, hombres siendo cosquilleados —me dijo. —Y adiviná quién va a aparecer en mi próximo video.
¿Yo? —le respondí —No, no sé...
Te voy a mostrar qué tipos de video algo y me decís qué te parece —me dijo.

Pochoclo buscó un video en su celular. Me lo mostró y en él vi a un hombre en calzoncillos atado en una camilla. Luego aparecía Pochoclo y le hacía cosquillas en las axilas. El hombre reía moderadamente. Más bien, la risa parecía impostada.
No sé si yo podría aguantar así como él —le dije.
Si ayer aguantaste bastante bien cuando mi psicólogo te hizo —me respondió —Es más, tendrías que actuar mejor la risa que este tipo para que el video sea creíble.
¿Y cuánto tiempo duraría el video? —le pregunté.
Media hora —me respondió, mientras sacaba un bajo de billetes —Y la paga es buena.
¿Quién paga por eso? —quise saber.
Hombres de otras partes del mundo, no vendo nada dentro en este país —me respondió Pochoclo.

Acepté el trato, pues el plan de ayer había resultado muy buen negocio y por bastante poco había ganado bien. Acepté hacer el video y Pochoclo me llevó a una habitación de su casa a la que no había ido antes, aunque la conocía porque era el mismo escenario del video que me había mostrado momentos antes. Ahí había un trípode, con la cámara. Miré la camilla, las correas y no necesité una orden para saber lo que tenía que hacer: ponerme en calzones como el modelo que había visto.

Hay dinero extra para modelos desnudos —me ofreció.
Ok, pero no quiero sexo oral ni nada más que cosquillas —le dije.

Me quedé completamente desnudo y me recosté en la camilla. Pochoclo me fijó las correas a las muñecas y a los tobilos, los ató y recién ahí, al ver su cara regordeta, supe el peligro que corría: estaba en la casa de un hombre que apenas conocía, atado y desnudo. ¿Por qué no lo pensé antes? O mejor dicho, ¿Por qué no pensé? Intenté desesperadamente pensar en alguna mentira para convencerlo de que había un error. Sin embargo, antes de que pudiera intentarlo, él entró en acción. Nada insoportable; solo un ligero roce en mis costillas con sus dedos. Sin embargo, lo suficiente como para hacerme jadear, considerando mi situación. Luego comenzó a girar muy suavemente sus dedos en mi axila, casi tan ligeramente que no podía sentirlo, pero no del todo. No fue demasiado desagradable, aunque tenía la piel de gallina por todo el cuerpo.

¿Estás bien? —preguntó —No parece que te estés divirtiendo mucho. ¿Qué podemos hacer al respecto?
Podrías desatarme y largarme —le dije.
No, no lo creo... recordá que ya te di el dinero —me dijo con malicia —Cuando termine, vas a decidir que realmente te gustó el trabajo, después de todo.
Antes de que pudiera responder, comenzó a hacerme cosquillas en serio. Los roces ligeros anteriores habían sido tolerables y también me habían dado una falsa seguridad.

Con las uñas de Pochoclo rascándome las plantas de los pies, perdí la compostura y comencé a aullar de risa.
No, da-da-dale, por favor —trataba de decir entre risas, a duras penas.
Veo que aún podés hablar, no debo estar haciendo esto bien —me dijo.

Comenzó a mover sus dedos más rápido, acariciando entre mis dedos de los pies, en mi empeine, incluso alrededor de mi tobillo. Todo esto fue una tortura y yo me estaba riendo histéricamente. Después de unos cinco minutos de este ataque, Pochoclo volvió a los toques ligeros en mis costados.

De alguna manera, el ataque en mis pies debió haberme sensibilizado, porque incluso ahora esto me estaba obligando a reír, no tan fuerte, pero aún así de manera incontrolable. Después de otros minutos, se detuvo nuevamente.
Entonces, ¿es esto todo lo que pensaste que sería? —me preguntó de manera irónica —Parece que no te estás divirtiendo demasiado. Bueno, tal vez solo necesites un poco de estimulación extra.

Con eso, se sentó en la cama entre mis piernas abiertas. Esperaba, con una mezcla de miedo y emoción, que él comenzara a tocar mis genitales, hasta ahora ignorados.
Pará, no jodas —me anticipé —Quedamos que no habría nada de sexo.
Por lo que vi en el video con José, algo pasa cuando te acarician los huevos, ¿no? —Me dijo —Vamos a ver qué pasa si rozo estas bolas grandes...

Y tenía razón. A pesar de mis mejores esfuerzos, mi cuerpo tenía una mente propia. Mi pene había pasado de ser flácido a duro como la roca ni bien empezó a tocarme los testículos.

De manera inesperada, Pochoclo comenzó a hacerme cosquillas en los pies nuevamente. Grité de sorpresa y luego de risa. Desafortunadamente, cuanto más me hacía cosquillas, más me reía. Luego Pochoclo apartó las piernas y recogió una cuerda y una banda de goma del suelo. Antes de darme cuenta, mi escroto estaba estirado y atado. Y luego acarició. Fue fenomenal, nunca había sentido algo así antes. Al principio realmente no le hizo cosquillas, pero a medida que cambió la técnica comenzó a hacerlo cada vez más. Luegose untó crema en las manos y comenzó a burlarse de mi glande también. Me estaba esforzando y gimiendo por la estimulación, y justo cuando pensaba que me iba a acabar, se detuvo. Luego comenzó a hacerme cosquillas en las bolas nuevamente. Aquí estaba, atado, siendo llevado al borde del orgasmo por un tipo que no me dejaba acabar, y la sensación era cada vez más desesperante.

Entonces, ¿qué hacemos ahora? —me dijo —¡Hagamos un trato! ¿Estás listo para jugar? Todo lo que tenés que hacer es no reír durante dos minutos y te suelto. Si te ríes , sin embargo, ¡voy a resolver un castigo adecuado!

Luego comenzó a hacerme cosquillas muy suavemente en las axilas nuevamente. Me mordí el labio, intentando con todas mis fuerzas resistirme. Después de lo que me pareció una hora, Pochoclo me informó que estaba a medio camino.
Ahora voy a hacerte en serio —dijo, con una sonrisa entre dientes, comenzó a hacerme cosquillas no tan a la ligera. Ni siquiera duré 2 segundos antes de reír como un loco.

Uy, parece que perdiste —exclamó Pochoclo —¿Qué haremos ahora? Hmmm
Volvió a esos roces diabólicamente ligeros en las bolas y mi pene, garantizado para torturar pero no para aliviarme el peso que tenía. En este punt,o apenas podía hablar. Había oído hablar de personas enloquecidas por la lujuria, pero pensé que era solo una forma de hablar hasta ahora.

¿Sabías que un hombre es más sensible a las cosquillas después de un orgasmo? —me preguntó.
Me hizo cosquillas en los pies otra vez, esta vez aplicando las uñas a la parte más suave del arco y haciéndome resistir tanto que pensé que la cama se rompería.

¿Qué piensas, deberíamos averiguarlo? —inquirió, pero yo ya no le respondía.
Él me tenía, y lo sabía. Pero todavía pensé que podría manejar esto. Y lo hice cinco minutos a pesar de sus constantes cosquillas en mis bolas. Luego comenzó a acariciarme la pija. Continuó acariciando más y más fuerte. Sin una oportunidad de responder, ¡comencé a gemir y de repente exploté! Sacudida tras sacudida, mi de esperma saltó a chorros; ¡El primer chorro realmente aterrizó en mi cabello! Y seguía llegando, en parte debido a la negación anterior y en parte porque David no se detendría. Él seguía acariciando mientras mi cuerpo se estremecía y temblaba. Finalmente, cuando estaba "agitado en seco", se detuvo. E inmediatamente comenzó a dedearme las axilas y los costados. Ahí realmente supe que las personas son más delicadas después del orgasmo, lo cual nunca lo creí ... hasta ese momento. Aullaba histérico, incluso comenzaba a llorar, porque no podía soportar el incesante remolino de sus dedos. Cuando luego se puso de pie, pensé que realmente me desmayaría de la sensación.

Me costaba respirar, pero seguía jadeando para seguir riéndome. Luego encontró un lugar que no había hecho cosquillas antes: en la ingle entre mis genitales y mi muslo. Esta área ósea resultó ser tan delicada como mis pies, si no más.

Después de una eternidad que fue en realidad tal vez 10 minutos, estaba completamente empapado de sudor y exhausto. David se detuvo abruptamente y salió de la habitación. Finalmente me tranquilicé, y aunque todavía atado decidí que lo único que podía hacer era irme a dormir. No hay tanta suerte. Regresó en unos momentos y dijo malvadamente:
¿Listo para la segunda ronda? —me preguntó

Ahí fue cuando pasó el milagro: la soga que ataba una de mis manos se rompió y así pude zafarme. El empujón que le di a Pochoclo me dejó el suficiente tiempo como para quitarme la correa de la otra muñeca. Pochoclo no intento nada, estaba aterrorizado. Me desaté los tobillos y me salí de la camilla. Estaba enojado, humillado, pero también sumamente agotado y sin fuerzas para siquiera hablar o intentar ago más. Simplemente tomé mi ropa y me vestí como pude y salí de su casa.

Afuera, el aire estaba fresco. Le pedí un cigarrillo a una mujer que encontré en la calle. Mientras caminaba, intenté repasar todo lo que había pasado en la calle de Pochoclo.

Llegué a mi casa, me bañé. Cuando salí, encontré un mensaje en mi celular.
El video salió bien, pero el final vamos a tener que hacerlo nuevamente. Te doy tres días de descanso, el fin de semana vendrás a mi casa. Asumo que te respuesta será que sí, porque ahora tengo dos videos que te comprometen.

Me quedé en blanco. No iba a dejar que Pochoclo me pusiera otro dedo encima. ¿Pero de qué sería él capaz? Ahí recordé la tarjeta que su psicólogo me había dado ayer. La busqué y la leí.

Lic. Damián Litman
Psicólogo

En la parte inferior de la tarjeta estaba su dirección y su teléfono. Supe que inmediatamente tendría que llamarlo, pues sospechaba que algo más grande había detrás de todo esto.

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