miércoles, 3 de junio de 2020

Pochoclo

Ver la primera parte de la historia: El profe y el alumno

Releí un par de veces el misterioso mensaje que había recibido en mi celular.

Hola, soy amigo de José. A él lo internaron hace unos meses porque decía que quería suicidarse. Él está bien por suerte. Me dejó su celular, me contó y me mostró todo de vos. Tengo tu video. Hablemos, tengo una propuesta que te va a interesar y más vale que tu respuesta sea que sí.

Me preguntaba qué habría pasado con José, aunque me inquietaba más la mención del polémico video, que supuestamente iba a quedar como parte de nuestro trato. ¿Cómo había perdido él su celular y quién era esta persona que ahora lo tenía? Era tarde para arrepentirse por aceptar hacer el video, tenía que solucionar este asunto antes de que el video se viralizara o llegara a manos equivocadas.

En los días siguientes, supe que el mensaje había sido enviado por un tipo conocido como Pochoclo, un gordito que a juzgar por su foto de perfil que le hacía honor a su apodo. Más allá de eso, nada más podía decirse. Era difícil adivinar qué edad tenía. Puse mi mejor predisposición para arreglar todo de una vez, pues si bien el mensaje no era una extorsión directa, la sugería implícitamente. Dinero no tenía, así que ¿Quién puede dar lo que no tiene? Decidí que el primer paso sería escuchar lo que tenía para decirme.

Pochoclo me citó en su casa y para mi sorpresa, no me pidió dinero. Todo venían siendo buenas noticias. Al conocerlo, no me resultó para nada intimidante, es más, podría decir que era alguien educado, refinado y de buenos modales. Su casa era grande y francamente estaba decorada como la casa de una vieja, aunque no vi ninguna señora mayor ahí. No llegué a ver la casa en su totalidad, pero se notaba que era una persona de recursos.

En el tiempo que estuvimos en su sala de estar, él evitó durante toda la charla hacer mención al video y más bien se notaba interesado en conocer más acerca de la relación que tenía con José. Le expliqué que no había más de lo que él ya había visto y de toda aquella teoría de José con la barba y además, recalqué mis poblemas económicos. Cuando la charla parecía desviarse hacia cualquier lado, Pochoclo se puso serio....

¿Sabías que José le pasó tu video a otras dos personas? —me preguntó- Pero no te preocupes, ya fueron advertidos de que no lo viralizaran.
¿Ah sí? pregunté sin creerle en la historia —¿Y por qué tanta solidaridad con un desconocido?
Porque creo que nosotros podríamos conocernos y hacer buenos negocios —me respondió.
¿Qué tipo de negocios? —le pregunté.
Uno que la paga es bastante buena —dijo —Quiero que trabajes una semana para mí en algunas tareas.
¿Qué clase de tareas? —repregunté, sospechando que iba a hacer una propuesta indecente.
Es largo para contarte ahora y ahora me tengo que ir dijo Pochoclo mirando su reloj y sacando un papel de su bolsillo —Nos vemos mañana a las 15 horas en esta dirección.

Prácticamente, Pochoclo me invitó a retirarme, no sin avisarme que era muy importante la puntualidad y que si me negaba a ir, él no se molestaría en impedir que sus supuestos amigos viralicen el video. Decidí no ponerme violento ni amenazarlo, ¿De qué me serviría?

Una vez en mi casa, busqué la dirección que Pochoclo me escribió y noté que se trataba de un lugar bastante concurrido, en una zona de oficinas. No especificaba el piso, así que sospeché que se trataba de algo burocrático.

Al otro día, fui a la dirección y llegué diez minutos antes. Vi a Pochoclo acercarse a los lejos, dando pasos cortos a toda prisa.
Llegaste temprano, bien —dijo Pochoclo.
¿Qué tengo que hacer? —le pregunté.
Vamos a entrar a lo de mi terapeuta —me dijo —Ahí vas a entender un poco mejor lo que hago.
¿No es la terapia un espacio privado? —le pregunté, extrañado.
Solo si el paciente así lo quiere —me respondió —Una vez que entremos, necesito que hagas todo lo que yo te pida sin cuestionarme, ¿Podrás hacerlo?
Creo que si —le respondí.
Muy bien —me dijo, metiéndose la mano en los bolsillos y sacando una generosa cantidad de dinero —La otra mitad te la doy al salir, si todo sale bien

Pochoclo tocó timbre, se anunció y subimos por el ascensor. La oficina 31 del piso 2 era un consultorio. Pochoclo entró primero y luego me hizo pasar.
¿Quién es él? —preguntó un hombre, seguramente el terapeuta —Pocho, ya hablamos de esto...
Si, lo hablamos, pero siento que tuve un retroceso con mi tema —respondió Pochoclo, de quien me hubiera gustado saber el nombre real —Y hoy quisiera divertirme un poco.

El terapeuta de Pochoclo tendría unos 35 años. Barba, anteojos, vestía una camisa y estaba en buena forma. Trataba de mantener una neutralidad, pero aún sin conocerlo podía decir que el hombre estaba nervioso con nuestra presencia. Pochoclo se sentó en su lugar y me miró.
Este chico es el semental que te conté la semana pasada —le dijo a su terapeuta —Así flaco como lo ves, le llenaba a José todos los frascos de semen que él le pedía.
¿Y por qué lo trajiste? —le preguntó, tratando de abrir al diálogo.
Para que le hagas cosquillas —le respondió.

Pochoclo me ordenó que me quitara la remera y así lo hice. ¿Iba a hacerme cosquillas? ¿Qué clase de locura es esa?
Mirá —le dijo Pochoclo a su psicólogo —tiene el pecho peludo, bien macho, vamos a ver si aguanta unas cosquillas.
Vos, brazos arriba y manos en la nuca y no las bajes hasta que te diga —me ordenó. Lo hice.
Y vos, andá y hacele cosquillas —le ordenó al terapeuta.
Pocho, esto no corresponde —objetó él.
¿Vamos a pasar de vuelta por esto? —le dijo, enojado -Recordá que tu carrera pende de esta mano y hablo...

Intuí que el terapeuta era otro amenazado. Bastó eso para que obedeciera inmediatamente. Se acercó y se puso frente a mí, sin mirarme a los ojos. Intentó a hacerme cosquillas en las costillas, pero de alguna manera pude aguantar sin reírme. Él se empezó a poner nervioso e intentó hacerme cosquillas en el vientre, pero tampoco logró ningún resultado.
¡No, no, no! -gritó Pochoclo —le estás haciendo mal, sin ganas.
¡No tiene cosquillas! —él se defendió.
¿Cómo que no tiene? —le preguntó enojado, acercándose a mi.

Pochoclo me hundió uno de sus dedos en las axilas, haciéndome reír. Yo di un paso hacia atrás para defenderme.
¿Ves que sí tiene? —le dijo al terapeuta.

El terapeuta volvió a probar, pero sin éxito. Repitió la técnica anterior en las costillas y el estómago, pero no funcionaba. El psicólgo se puso nervioso.
¿Por qué no le querés tocar las axilas? —le preguntó Pochoclo -¿Acaso te da asco o algo así?
Es que está transpirado... —respondió el psicólogo.
¿Y qué me importa? —preguntó Pochoclo, levantando la voz.
Tiene mucho olor a chivo —dijo el terapeuta, con un tono despectivo, como si yo no estuviera ahí.

Lo confieso, el desodorante no suele durarme el tiempo que a mí me gustaría. Aún así, creo que tampoco era para tanto, teniendo en cuenta los nervios de que un tipo desconocido te esté haciendo cosquillas. Había un tono bastante desagradable en el psicólogo.
Sacate la camisa —le dijo Pochoclo a al terapeuta. Éste obedeció de inmediato.

El psicólogo, evidentemente, iba al gimnasio. Tenía la espalda y el pecho bastante desarrollados; el pecho peludo, incluso tanto como yo. Pochoclo le ordenó que levantara los brazos y hundió su nariz en la peluda axila derecha de su terapeuta, inspirando ruidosamente.
¿Te pensás que vos olés diferente? —le preguntó.
No —respondió él, mirando hacia abajo.
¿Y creés que podés venir a criticar a mi amigo? —le preguntó.
Hacele cosquillas vos, entonces—me dijo.

Me acerqué al psicólogo y empecé a hacerle cosquillas. Evidentemente, Pochoclo tenía un fetiche con eso y me pareció que por el dinero que me ofreció, era buen negocio. Por mucho menos hice peores cosas, como el trato de las clases de  biología con José u otros trabajos degradantes que había tenido, como telemarketer o en una tienda de ropa. Esto era dinero fácil y rápido, sin sacrificar demasiado. Incluso, puedo decir que me sentía un niño haciéndolo, casi que me divertía.

El psicólogo se empezó a reír ni bien le toqué las axilas y su risa me contagió. Quería hacerlo bien, la actitud del terapeuta hacia mí me había prevenido acerca de qué es lo que Pochoclo quería. En algún punto, también sentía que me vengaba por el trato que recibí de mi víctima; el tipo tenía también las axilas muy transpiradas, pero no me importó. En los gimnasios uno se acostumbra a convivir con el sudor del otro. Con toques suaves, probé las costillas del terapeuta y él terminó por bajar los brazos y alejándose, mientras pasaba mis dedos por toda su caja toráxica.
Basta, no lo aguanto —dijo el psicólogo, después de tres minutos.
La próxima vez que insultes a un amigo, te voy a atar como aquella vez y te voy a cosquillear hasta el paroxismo, ¿me escuchaste? —lo amenazó Pochoclo.

La curiosa sesión de terapia se dio por terminada. Mientras yo me volví a poner la remera, el terapeuta se empezó a abrochar su camisa. En cierto momento, Pochoclo recibió una llamada telefónica y nos dio la espalda por un breve momento. Ahí fue cuando el terapeuta me miró a los ojos por primera vez. Yo le hice un gesto con el dedo girando mi dedo en la cabeza, el clásico gesto de "está loco" y me hizo un silencioso gesto con el pulgar y el meñique "teléfeono" y me pasó una tarjeta. Logré guardar su tarjeta antes de que Pochoclo se diera vuelta.

Salimos del edificio y Pochoclo se despidió de mí, no sin antes darme una cantidad igual de dinero a la que recibí antes de entrar. Debí aceptarlo y desaparecer en ese mismo momento, porque lo que ocurrió al día siguiente me hizo darme cuenta que la situación era más peligrosa de lo que pensé.

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