Hoy comenzaré a contarles la primera parte de una historia que me sucedió, principalmente, por culpa de mi codicia. Tengo una amiga psicóloga que varias veces me proponía dar clases de biología; un día me animé y accedí a darlas. Comencé con 2 alumnos y la verdad es que me gustó porque era dinero fácil, para el esfuerzo que implicaba. Yo no creo que las cosas pasen porque sí y creo que acá se dio una combinatoria de cosas. Uno de los elementos fue, justamente, mi necesidad económica. Pero hay muchas otras cosas que no pude controlar, que quizá no debían ser controladas y que se fueron -ciertamente-de control. Un día, entonces, me llegó el llamado del chico que, cuando se volvió adulto, se volvió en un auténtico dolor de cabeza para mí.
José tenía, en ese momento, 16 años. Cuando lo vi por primera vez, me sorprendió su contextura física: era bajo de estatura, flaco. Si no hubiera sabido su edad, hubiera dicho que tenía 12 o 13 años. La persona que me lo mandó era precisamente la psicóloga de su madre, y ella me dijo que él solamente tenía problema en las materias de biología: venía arrastrando biología de primer y segundo año y la de tercero peligraba también.
La primera vez que nos vimos, en mi casa, mi diagnóstico para que el chico diera esas materias era desastroso: José no tenía carpeta de clase; apenas tenía los programas. Tuve que ponerme a armar todo en base a información de internet.
Acordamos vernos 3 veces por semana tratando de salvar biología de tercer año y rápidamente me di cuenta que José era terriblemente malo en esta materia. No entendía conceptos básicos del cuerpo humano, ni siquiera aspectos obvios. Por ejemplo, estábamos viendo el arco reflejo de la neurología, y no entendía el ceoncepto entre estímulo y respuesta. De hecho, había un trabajo práctico en su libro y lo hicimos in situ para que él pudiera comprenderlo:
Para ello, literalmente lo hice descalzarse y con una lapicera le hice el estímulo plantar. Me parece que es algo que estuvo de más para cualquier otra situación, porque lo del arco reflejo es algo que cualquiera puede dar cuenta si alguna vez se pinchó o se quemó con algo. Por otro lado, José entendía mejor aspectos menos concretos, como todo lo referido a la célula, al ADN, etc. Por lo demás, José era muy disperso y había que estar convocándolo permanentemente para que estudiara: yo usaba videos de Youtube.
Las clases pasaron, y ese primer año José dio una de las biologías que adeudaba, la de tercer año. No quiso dar la de segundo ni la de primero, pese a que yo ya le había armado todo el material y tranquilamente podría haberla dado si se esforzaba un poco.
La impresión que me quedó de ese año fue la relación complicada que este chico tenía con su cuerpo, tanto en lo físico.
Al año siguiente, otro diciembre llegó y José me pidió clases para dar biología de segundo año. Esta materia tenía 3 unidades: características de la vida, evolución y educación sexual. Con el historial del año anterior, yo temía más por el tercer punto.
Al volver, me pareció que el tiempo casi no había pasado para ese chico. A los 17, seguía estando bastante flaco y bajo para su edad. Había crecido un poco, pero no lo suficiente. Me preguntaba si no había algo médico sucediendo con él, pero no me atreví a preguntar. Irónicamente, José me hacía muchas preguntas personales: ¿tenés pareja? ¿Qué hacés en tus tiempos libres? ¿Vas al gimnasio? Yo le contestaba y no noté nada raro en eso. Por lo demás, él me contó que su padre lo había abandonado cuando era chico y que no tenía habitación, que vivía en una casa de dos ambientes con su madre y su hermana.
Llegó la tercera semana de clase particulares y empezamos con la unidad de educación sexual. Aparato reproductor femenino y aparato reproductor masculino, y pubertad. En cierto momento del programa, leo el listado de cambios secundarios en en voz alta: "Crecimiento del pelo en el pecho"
¿Cómo es el pelo en el pecho? - me pregunta.
Todo por acá - le respondo señalándome por encima de la remera.
¿Pero cómo, me mostrás? - me pregunta.
Ahí se me vino el recuerdo mi sospecha de que a José algo le pasaba con el cuerpo. O sea, los vellos en el pecho son la característica más obvia y visible de muchos hombres. ¿Podría ser que por vivir en la casa con su madre y su hermana nunca hubiera visto eso? El tema es que decidí salir del paso levantándome la remera y mostrándole. Él me miró asombrado. La situación fue rara, pero pasó.
Aparte de esta escena, todo siguió bastante normal. A José había que seguir convocándolo para que volviera a prestar atención y que no se fuera por cualquier tema. En cierto momento que le leía la lección noté que se quedó en silencio, lo que me pareció raro. Dejo de leer y lo veo que me miraba fijo el bulto sin decir nada. Yo sospechaba, mientras daba mi clase, si se me habría abierto la bragueta del pantalón, entonces bajé disimuladamente la mirada para ver mejor.
Ese año, José logró dar la materia de segundo y con eso ya solo nos quedaba la biología de primer año, pero tampoco la quiso preparar aunque había aprobado la anterior. Nuevamente, esta materia quedaría para la posteridad. Una pena, porque biología de primero era la más fácil.
Así pasó un año más, en el que no supe nada de José hasta diciembre, nuestro mes de estudio. Él podría haber dado la materia por su cuenta, pero dijo que no quería que nadie más lo preparara. Para entonces, yo tenía 28 años y me había quedado sin trabajo. Fue una situación bastante desesperante, porque yo estaba viviendo con un amigo y las cuentas no dejaban de llegar. La verdad es que recibir el llamado de José me dio bastante alegría, una bocanada de aire fresco hasta que encontrara un nuevo trabajo.
José vino a mi casa y a sus 18, noté que estaba más alto. Seguía siendo flaco, lampiño, pero por lo menos había pegado un estirón. Me contó que biología era la última materia que le faltaba para recibirse. También me contó que su madre había ascendido como directora del colegio en donde trabajaba y que con el dinero extra y sin la hermana, pudieron mudarse a una casa más grande. Apoveché la ocasión de los dos éxitos anteriores para que pedirle que le dijera a la madre si no me podían contratar como profesor de biología.
Las clases de biología de primero eran mucho más sencillas que la de los años anteriores, así que en general íbamos bastante rápido con la materia. Yo iba tanteando si él le había pedido a la madre por mi posible puesto de trabajo y él me dijo que sí, que lo había hablado. Esa semana la señora me pidió un currículum y se lo envié.
Todo venía con el viento a favor. Sin embargo, a la semana siguiente todo tomó otro rumbo. José, al rato de empezada la clase, me dijo que a él le gustaría tener barba como tenía yo. Le comenté que tener barba era una cuestión de edad, de hormonas y de genética. Él me respondió que había encontrado por un internet una receta casera y que quería saber qué pensaba yo. La receta era mezclar semen con champú en partes iguales. Había que mezclarlo y untarse la loción en la cara durante 10 minutos y luego lavársela. El ritual debía hacerse 2 veces por semana y los resultados, según él, se empezaban a ver a la tercera semana.
Le dije que jamás había escuchado nada parecido a eso y que no estaba seguro de que funcionara. Él me replicó que buscó mucho por internet y me mostró con su celular que la técnica era bastante común. La verdad es que me dio un poco de lástima porque verdaderamente parecía sufrir por todo esto, así que no le tiré abajo su teoría y le dije que lo probara en su casa, a ver qué resultados podía obtener.
Está bien, pero tengo que pedirte un favor - me dijo - ¿Puedo usar tu semen?
¿Qué? ¿Cómo te voy a dar mi semen? - le pregunté riéndome, bastante nervioso, por cierto.
Y sí, vos estás más desarrollado, tenés barba y a mí no me sale tanto - me respondió.
Aclaro una cosa: yo no soy un macho alfa rey de la testosterona ni mucho menos. Tengo pelos por todos lados (a veces más de lo que quisiera), barba, pero no creo que fuera algo tan fuera de lo común para cualquier hombre. Me mantengo más o menos bien porque voy al gimnasio, pero por lo demás soy un tipo bastante común.
Ahí estaba yo, entonces, siendo solicitado como semental de última hora, lo cual al principio me pareció una joda.
Pero es un asco, José, ¿cómo te vas a poner semen de alguien más en la cara? -le dije, más seriamente.
A mí no me da asco y prefiero pedírtelo a vos porque te tengo confianza - insistió.
José... No perdamos el tiempo y pongámonos a estudiar - le dije.
Te lo estoy pidiendo en serio, no tengo a nadie más con quien hacerlo - volvió a insistir.
Es una locura, no voy a estar llenando frascos de semen dos veces por semana para que vos armes una loción encontrada de internet que ni sabés si va a funcionar- le dije.
¿Y si te pago lo mismo que te pago el doble de lo que te doy por clase cada vez que lo hagas? - propuso.
¡Ay, el dinero!. La verdad es que sí lo necesitaba. Los veranos suelen ser bastante duros laboralmente y ante esa propuesta hice instantáneamente la cuenta de cuánto ganaría en esas 3 semanas si accedía: el dinero de 6 clases.
Está bien, pero ni una palabra a nadie de todo esto -le dije- Tres semanas y si no sucede nada, lo dejamos.
La clase transcurrió normalmente y la verdad que José ese día prestó bastante atención, al contrario del desgano que demostraba en otras ocasiones. Me pagó y se fue. A la clase siguiente, no mencionó el tema y comenzamos estudiando a toda máquina para que él diera el examen. Si actitud volvió a ser atenta. En cierto momento, cerró el libro de texto.
Ahora pasemos al proyecto del que hablamos la vez pasada - dijo, tomando su mochila mientras buscaba algo en su interior.
De la mochila sacó un frasco de vidrio, un champú y el doble del dinero que iba a pagarme por la clase. Me entregó el frasco y el dinero. Le dije que me esperara ahí donde estaba y me fui al baño. Me bajé los mantalones, el calzoncillo, me masturbé y traté de tardar lo menos posible, lo cual fue difícil porque sabía que él me esperaba afuera y la verdad es que toda esa situación me ponía nervioso. Me sentía como en una clínica de fertilizadad.
Cuando sentí que estaba por eyacular, acerqué el frasco y acabé dentro. Me vestí y fui hacia donde estaba José para darle el frasco.
José mezcló mi semen con el champú, mezcló todo dentro del frasco y me pidió usar el baño, pues se iba a poner la mezcla.
¿No te conviene hacer eso en tu casa? - le pregunté.
No puedo, dice en internet que no tiene que pasar mucho tiempo y mi casa está lejos, ¿Puedo ponérmelo acá? Son solo diez minutos.
José fue al baño y al rato volvió con la cara embadurnada con esa pasta. Se había dibujado una barba con ella, lo cual era bizarro. Fueron diez minutos extremadamente incómodos para mi.
Tu semen tiene un olor fuerte - me comentó.
¿Ah sí? - Le respondí.
Pasaron los diez minutos, José fue al baño y se lavó la cara. Luego se fue. Así pasaron otras dos sesiones, de igual manera: se interrumpía la clase, José me daba el frasco vacío, yo me iba al baño y volvía con el frasco lleno, él lo mezclaba con champú y se lo ponía en la cara por diez minutos. La verdad, yo no notaba ningún cambio.
A la cuarta vez, él sacó el dinero, el champú y el frasco y cuando me iba a hacer lo mío, me frenó.
Pará, ¿Por qué no lo llenás acá mismo? -me preguntó- Quiero verte cómo lo hacés.
No voy a pajearme delante tuyo, José -le respondí- ya bastante que te estás poniendo mi semen en la cara.
Puedo subir el pago extra al doble - ofreció.
¡3 honorarios de clase al precio de una! Otra vez la tentación. El experimento de José iba a terminar dentro de tres sesiones incluyendo esta, así que acepté. La verdad es que ya me había acostumbrado a hacerlo en el baño y que me viera, en ese momento no me parecía tan malo.
Me bajé los pantalones y me senté en la silla donde daba mi clase. Tomé mi pene, flácido en ese momento y empecé a tocarlo para que se erectara. De alguna manera y ante la mirada de José, logré hacerlo. Trataba de no mirar a José, pero aún así noté que me miraba casi sin pestanear mientras yo me masturbaba frenéticamente.
Te pajeás bastante rápido, ¿no te gusta hacerlo más lento?- me preguntó.
Shh, no me hables - lo callé, pues José me desconcentraba.
Pasaban los minutos y yo no lograba acabar. En el lugar ya empezaba a hacer calor y yo empecé a transpirar. Con la otra mano, me acaricié los huevos para aumentar el estímulo, lo cual funcionó. Finalmente, logré acabar, no sin antes recolectar todo el semen dentro del frasco. Se lo di a José y él siguió con la rutina de embadurnarse la cara por 10 minutos.
La penúltima sesión, que era la quinta, transcurrió inicialmente de la misma forma. Esta vez me quité la remera, que por cierto la vez anterior había quedado para lavar por toda la transpiración. Todo iba bien, yo me masturbaba y José me miraba, pero a último momento se me cayó el frasco de vidrio y se rompió. Esto ocurrió a la vez que yo eyaculaba, por lo que el chorro de semen terminó en la alfombra.
Me parece que vas a tener que devolverme tu pago extra - me dijo seriamente.
Pero yo... - interrumpí la frase, sin saber qué decir.
O vas a tener que probar de nuevo - me dijo, con igual seriedad.
No funciona así, hay que dejar pasar un tiempo hasta que recargue - le dije.
Pero tengo que volver a mi casa -me respondió - Si no podés hacerlo ahora, me voy a tener que ir.
Bueno, está bien- accedí.
Tomé mi pija muerta, la cual nunca había vuelto a meter en el pantalón, y de repente José me detuvo agarrándome la muñeca.
Esta vez voy a hacer la extracción yo - me dijo.
No, ¡eso sí que no! - me quejé.
Me lo debés por las molestias - replicó.
La verdad es que sí estaba algo agotado, así que le hice un gesto para que se acercara. José me pidió que me recueste y que me relaje.
Aunque te esté pagando, agradezco esto que hacés por mi - me dijo, mientras masajeaba mi pene, aún sin erectar.
Eventualmente, volví a tener una erección, pero José no sabía masturbarme correctamente. Lo hacía demasiado lento, no lograba excitarme lo suficiente, aunque aquela manualidad mantenía mi erección.
¿Querés que lo haga yo así termino...?- le pregunté al cabo de unos minutos.
No -me dijo- Quiero hacerlo yo.
A los pocos segundos, sentí las yemas de sus dedos rozando suavemente mis testículos, lo cual me hizo dar un salto. Apenas había sido un roce, pero la sensación era muy intensa, casi eléctrica. Creo que José se había dado cuenta de que para mi era más fácil acabar cuando me estimulaban esa zona. El truco le funcionó, porque a los pocos segundos estaba por acabar. Él se dio cuenta, y recolectó el semen en su mano. Luego se apartó, colocó un poco de champú y preparó la mezcla en la misma palma, que luego se untó. Así terminó la quinta sesión de estética.
A esta altura, yo me sentía poco más que una vaca: ordeñado por mi leche. Las cosas se estaban yendo de control, pero quedaba una sola sesión y ya podría dejar todo esto atrás. Había recolectado suficiente dinero y con lo que recaudara la próxima vez, estaría listo. Tmbién sería el tiempo de rendir de José, así que el verano ya estaba cerca.
Los días previos a la última transacción ocurrieron normalmente. Un día antes, me llegó un mensaje de José de que la loción le había hecho efecto. Descreí de aquello, pero no dije nada esperando a que nos viéramos por última vez, un viernes, que sería el día previo a los exámenes de la semana entrante.
El último día pactado, lo primero que hizo José fue mostrarme unos pocos pelos de barba que le habían crecido. Era cierto, a su cara perfectamente lampiña le habían crecido unos pocos pelos de barba, más gruesos y oscuros. Él estaba emocionado y le tuve que decir que se acercaban las fechas de exámenes y que nos teníamos que poner a estudiar.
Estuve pensando- me dijo al rato, mientras repasábamos la última unidad de la materia - Una vez que tenga la barba, podría seguir con el pelo en el pecho, en las piernas, así como tenés vos.
Tenemos que estudiar, José - le dije - Tenemos la fecha encima y realmente quiero que termines de dar este examen; es la última materia de biología que nos queda.
No voy a dar la materia si no me prometés que podemos seguir comprándote semen - me dijo.
Eso es ridículo - le dije - ¿En serio vas a tirar todo este esfuerzo a la basura?
Si, no me importa dar la materia ahora -me respondió - podría darla en otra oportunidad, pero creo que a vos sí te interesa quedar como profesor y que yo dé la materia.
Bueno, está bien - le dije - Cuando termines de dar la materia seguimos.
No te creo -me dijo- Cuando cobres tu dinero hoy y dé la materia la próxima semana, no me vas a dar más cabida.
¿Por qué haría algo así? - le pregunté.
No sé -me respondió- hasta mi viejo se borró de mi vida, tengo experiencia en eso. ¿Por qué no irías vos también?
Yo no soy tu viejo -le respondí.
Ya lo sé -replicó- Y todos estos años aprendí muchas cosas de vos.
Te agradesco el reconocimiento, pero necesito que sigamos con el estudio - le propuse.
Y yo necesito un seguro de que vas a cumplir - él me respondió. - Algo que me garantice que continuemos trabajando juntos en el tiempo.
¿Qué garantía necesitás? - le pregunté.
Hoy voy a filmar nuestra última sesión, desde el comienzo hasta el final. -dijo- Si cumplís con tu parte, yo te voy a seguir pagando como ahora y cuando terminemos, borro el video. Si te escapás, publico el video en internet, ese es mi seguro.
¿Cómo sé que no vas a publicarlo de todas formas? - le pregunté.
Porque yo también voy a salir en él - me respondió - Si viralizo el video, también caigo yo.
¿Y qué pasa si no acepto? - le pregunté.
Si no obtengo hoy ese video, no daré la materia el lunes -me respondió- Sé que estuviste pidiéndole trabajo a mi madre. Yo le hablé muy bien de vos, pero todo podría cambiar...
Este es el punto donde dos caminos de bifurcaban. Tenía dos opciones: retirarme ahora con lo hasta ahora ganado y con la tranquilidad de que un chico de dieciocho años no anduviera por ahí con un video íntimo mío, pero sin la recomendación para tener por fin un trabajo fijo en relación de dependencia. O podría aceptar el trato, con la garantía de que si él también aparecía en el video, no lo viralizaría. Obtendría unos dineros extra y también la posibilidad del dichoso trabajo.
Acepté la propuesta, que ciertamente tenía mucho de chantaje. Esto pareció normalizar la tensión entre nosotros dos, al menos por el momento. Logramos terminar de estudiar y cuando se hizo cierta hora, dispusimos todo para la última eyaculación, que no sería la última en virtud del nuevo pacto realizado.
La extracción de semen fue casi igual a la vez pasada. José ofreció pagar 3 veces más el valor de la clase por hacer él mismo la operación masturbatoria y para celebrar el nuevo emprendimiento. Lo que fue diferente fue la presencia del celular de él filmando, que poco me importó y la seguridad de José en la técnica. No era el mismo chico torpe de hace dos días: con una mano agarraba mi pene con la presión justa y con la otra acariciaba mi glande y alternaba para tocarme suavemente los testículos. Cuando le dije que era el momento de eyacular, lo cual ocurrió soprendentemente rápido esta vez, acercó el frasco para que eyaculara dentro.
No te muevas - me dijo - mientras apretaba mi glande contra la boca del frasco para sacar hasta la última gota, lo que me generó una sensación muy intensa.
Seguidamente, repitió la formalidad del champú y la colocación del preparado en su cara, que ahora conocía el despertar de la primavera. Todo esto lo hizo frente a la cámara y en todo momento los dos estuvimos en el cuadro, de manera que no había edición posible.
Al despedirnos, le dije que tuviera mucho cuidado con ese video y que le deseaba suerte en el examen, que debía ir confiado porque ciertamente habíamos estudiado bastante. A la semana siguiente, José me llamó para decirme que había aprobado. Comenzaban las vacaciones de verano y yo tenía un dinero extra como para pasar el receso escolar con suficiente tranquilidad.
A la semana siguiente, no recibí noticias de José. Tampoco la semana próxima, ni la posterior. No me atreví a preguntarle qué le había pasado. Quizá hubiera desistido de todo su plan: era verano y las distracciones de las vacaciones podrían haber desviado su atención hacia otra cosa. Eventualmente, yo encontré otro trabajo y no necesité que la madre de José me contratara. Las semanas se hicieron meses, el otoño llegó y José seguía sin aparecer. Creía que todo por fin había llegado a un cierre, pero me equivoqué. Una tarde, recibí un mensaje de un número desconocido:
Hola, soy amigo de José. A él lo internaron hace unos meses porque decía que quería suicidarse. Él está bien por suerte. Me dejó su celular, me contó y me mostró todo de vos. Tengo tu video. Hablemos, tengo una propuesta que te va a interesar y más vale que tu respuesta sea que sí.
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