jueves, 13 de agosto de 2020

La fiesta de David

Esta historia es una continuación de la saga "Mi error". El primer capítulo: El profe y el alumno. Segunda parte de la historia: Pochoclo Tercera parte: El video y la  cuarta parte: La visita al psicólogo

Estaba cayendo la noche y por tercera vez iba yo a lo de Pochoclo, de quien ahora sabía que se llamaba David, pero esta vez no subiría a su departamento, pues él me estaba esperando en la puerta, con las laves de su auto. Me abrió la puerta del acompañante y me pidió que me subiera.
Hoy vamos a ir a una fiesta me dijo.
¿Una fiesta? me sorprendí Me hubieras avisado y hubiera venido vestido de otra manera.
No importa, en realidad me respondió —Se trata de una reunión entre amigos.

Cuando llegamos al lugar, noté que de afuera parecía una fábrica abandonada si no se tenía en cuenta la cantidad de autos estacionados alrededor. David me advirtió que adentro los celuares estaban prohibidos y que si no quería dejar el teléfono en su auto, al menos debería saber que dentro del lugar me lo iban a hacer dejar obligatoriamente. Elegí la segunda opción y me decidí dejar el celular en unos lockers con clave digital de cuatro números a elección dispuestos en el hall de entrada... Confiar en David era peligroso y eso es algo que había aprendido muy bien.

Ingresé con Pochoclo y una vez dentro, supe de qué se trataba aquella infame fiesta. A través de sus pasillos, piso y salones, algunos hombres se paseaban torturando con cosquillas a varios chicos de diferentes tamaños y edades, jugando con sus cuerpos indefensos en distintos grados de desnudez. Los chicos estaban atados de manera que estaban totalmente expuestos, colocados en diferentes posiciones para el placer de los morbosos caballeros.

Ahí recordé lo que el psicólogo Damián me había dicho sobre los dos grupos de la red de Pochoclo: los que estaban allí por extorsión, seguramente los hombres atados, y los que ganaban algún dinero por ello.
Esta vez serás mi invitado me dijo David, dándome una tarjeta de su productora cinematográfica salvo que quieras divirtir al público.
No, prefiero estar de este lado le dije, guardándome la tarjeta en el bolsillo.
En la fiesta, habían diversos salones diseñados, para todo tipo de gustos de cosquillas; había salones con distintas actividades... Yo no me despegaba de Pochoclo, a quien todos saludaban como si fuera una celebridad.
Vamos que te muestro el salón de cosquillas en los pies propuso Pochoclo.

Allí encontramos a un chico de unos 18 años, sentado en medio de otros dos hombres más grandes, los tres atados en cepos de madera como los de la época medieval. Algunos pasaban y les hacían cosquillas ligeramente; otros, lo hacían durante más tiempo y algunos se dedicaban a mirar. Un señor bastante viejo se había procurado una silla y estaba lamiendo uno de los pies del chico más joven mientras que con su mano rasqueteaba la otra planta, lo cual hacía lo hacía reír histéricamente.

Otros rasqueteaban las plantas y jugaban con los dedos de los indefensos hombres que lo único que podían hacer era reír mientras los asistentes probaban diferentes instrumentos, como cepillos de dientes y cepillos de pelo.
Divertite, estos pies están acá para nosotros me ofreció Pochoclo.

Por compromiso, comencé a hacerle cosquillas al hombre de la izquierda. Lo hacía por momentos cortos y siempre que David me viera, pues tras haber pasado por la experiencia personalmente, sabía lo que costaba aguantar. No obstante, otros hombres que pasaban se dedicaban a llenar los descansos con más y más cosquillas.

No tengas lástima por ellos me indicó Pochoclo Solo están así media hora y luego alguien más ocupará su lugar. Si no los torturás vos ahora, luego te pueden torturar ellos a vos.
¿Cualquiera puede ir al cepo? le pregunté.
Cualquiera que la víctima elija me contestó Pochoclo Menos los socios fundadores de nuestro club y sus invitados, como vos.

Luego de un rato de seguir cosquilleando aquellos pies (menos el pie que el señor sentado se había apropiado y lamía sin parar) David se dirigió hacia el pasillo ante el llamado de otro señor. Yo lo seguí, pero desde el pasillo podía seguir viendo el interior de la sala de los pies. En cierto momento, alguien tocó una campana y varios se colocaron en la puerta, para que nadie de los que estuviera adentro saliera ni nadie entrara. Las víctimas fueron liberadas y rápidamente eligieron tres reemplazos de entre los hombres que habían quedado dentro. Los elegidos se quitaron las zapatillas y las medias, se sentaron en el cepo, y otra ronda comenzó. El señor que lamía los pies movió su silla hacia la nueva víctima del cepo de la derecha: un chico de unos 20 años y el menor de los tres. Al parecer, aquel anciano tenía una predilección por lamer los pies de hombre jóvenes.

¿Seguimos con el... paseo? me invitó David, señalando el próximo cuarto, que estaba todo oscuro.
¿Qué ahí? le pregunté.
Andá a averiguar me dijo aquí te espero.

Fue bueno deshacerse de David por un rato, aunque no supiera bien lo que dentro de la sala oscura me esperaba. Si era como todos los dark-room, seguramente habría manoseos. No tenía ningún problema con ello, pues nada que una buena patada no pudiera solucionar. Allí dentro, de todas maneras, no sucedía gran cosa. Más bien, el cuarto se había transformado en una especie de escondite donde los participantes descansaban de los fetichistas y realmente la acción que había era muy poca, al menos para la hora que debía hacer. Simplemente, todos se quedaban ahí parados en la casi total oscuridad sin hacer nada, en contra de otros pocos que se desplazaban buscando acción.

Dentro de la oscura cueva, conocí Alan, el chico que había estado en el cepo y sus pies habían sido chupados por el viejo de la silla. Lo reconocí al verlo entrar, pues allí aún había algo de luz. No sabía si era o un fetichista y fui cauteloso al acercarme, como Damián me lo había advertido. La charla empezó con presentaciones y cháchara y allí me enteré que Alan tenía 21 años y no 18 como parecía.
Vos estabas en el cepo hace un rato le dije arriesgándome, pero él no me contestó ni se movió No te preocupes, a mi también me trajeron.
Esto es una locura zuzurró una auténtica locura...
¿Cuánto hace que estás en esto? le pregunté.
Dos semanas me respondió, siempre en voz baja No conozco a nadie más que a un tipo que le dicen Pochoclo... Me amenazó con que iban a viralizar un video privado mío si no venía.
Todos estamos en la misma le dije.
Hay otros que conocí que les pasó lo mismo que a mi— me comentó.
¿Sabés quién te metió en esto? le pregunté.
Un tipo de más o menos tu edad me respondió Damián, creo que se llama.
¿Damián? le pregunte ¿Sabés si él era un psicólogo?
No me dijo.
¿Pecho peludo, cuerpo de gimnasio, pelo semi-largo, barba? inquirí.
¡Si, creo que fue ese! Me respondió, zuzurrando —Lo conocí por GrindR y empezó a hablarme de esto de las cosquillas. Acepté por curiosidad ir a un hotel y tener una sesión. No fue gran cosa ni pasó nada más que eso, pero a los pocos días, supe que me había filmado. Igualmente no fue él quien me extorsionó con el video, sino ese hombre que estaba al lado tuyo... Pochoclo, le dicen.
Ahí me di cuenta que alguien no estaba diciendo la verdad. ¿Qué tal si Damián estuvo mintiendo y fue él quien entregó a Alan en un trato igual al de la salida de José? Era claro que José me había entregado a mí y a Damián, pues yo había visto su video. Lo cierto es que Damián había omitido información y al parecer, también estaba buscando la manera de salvarse.
Tenemos que salir de acá le dije.
No quiero salir y que me toque estar otra ronda me dijo.
Tranquilo, podemos quedarnos juntos le dije —Conseguí una tarjeta que me exime de participar y con eso saldremos de acá.

Al salir, vimos que Pochoclo estaba de espalda, hablando con otras personas. Alan estaba a mi lado y casi se espantó al verlo. Para evitarlo, nos metimos en otra sala de la fiesta: la sala de los amantes de las axilas. Dentro, además de la música, estaba llena de la risa y súlicas de los siete machos que pedían misericordia a los invitados que se entretenían torturándolos... Pero era como la misma música para ellos, porque nadie dejaba de hacerles cosquillas. Todos estaban sin remera, atados por las muñecas en unas estructuras de madera que formaban una cruz y en unos postes, de tal forma que tenían los brazos extendidos como si fuera una Y o una I.
Recorrimos la sala, sin percatarnos que otra media hora volvió a transcurrir: lo supimos por el sonido de las campanas, que sonaban en las distintas salas. Sin los celulares, realmente era difícil hacerse una idea del tiempo. Nuevamente, las puertas fueron bloqueadas por algunos asistentes y las siete exhaustos víctimas, liberadas para que elegieran a sus sucesores. No me había preocupado porque me eligieran porque al ser invitado de David estaba exceptuado, pero luego recordé que Alan podría volver a tener media hora de tortura.
¿Qué hacemos ahora? Me preguntó Alan, tratando de pasar desapercibido. No quiero que me vuelvan a hacer cosquillas.
Quedate atrás mío le dije, tratando de cubrirlo. 

Vi que cuatro nuevas víctimas habían ocupado el lugar de los anteriores hombres. De repente, uno de los chicos de la tanda anterior se dirigió hacia nosotros y Alan se encogió detrás mío. 
Alguno de ustedes dos que se la remera y vaya al palo aquel nos dijo.

Podría haber sacado la tarjeta para no ir, pero eso hubiera condenado a Alan. La verdad sentí pena por él y algo me inspiró a protegerlo. Sin pensarlo demasiado, le discretamente le di mi tarjeta y decidí el lugar que hubiera sido para él. 

Me saqué la remera y me dirigí al último palo, pues otra nueva víctima se había agregado y solo quedaba un lugar para ocupar. Vi a mis compañeros y noté que dos eran completamente lampiños. De todos, yo era el más peludo. Los otros cuatro tenían pelos en las axilas, pero el pecho era completamente pelado, aunque dos tenían barba. Uno de los barbudos estaba a mi derecha; uno de los lampiños, a mi izquierda. 

De repente, las risas comenzaron a llenar la sala, pues los sedientos participantes se lanzaron contra nuestros inmóviles cuerpos. Vi cómo dos hombres se repartían las axilas del babrbudo de al lado y hundían sus dedos en ellas, La víctima lampiña a mi izquierda fue abordaba por un hombre gordo, que con sus enormes dedos de salchicha comenzaron a cosquillearlo en las costillas y las axilas. 
Uy, miren este pecho peludo le dijo un invitado joven a otro, hablándole como si yo no los escuchara Apuesto que no es tan macho cuando lo torturemos con cosquillas.
De repente, los dedos de uno se clavaron en mis costados. El otro atacó mis axilas y entre los dos me cosquillearon. Aguanté todo lo que pude, pero eventualmente entre los dos lograron hacerme gritar, entre los jadeos y la risa.
¿Te gusta esto, no? me preguntó, sin dejar de hacerme cosquillas en la axilas.
Noooo, ¡Basta! les supliqué, tras varios minutos ininterrumpidos de ataque sin descanso.
Te lo dije le comentó Mirá, lo hicimos transpirar.

De repente, vino otro asistente y colocó su nariz en mi axila expuesta, oliendo mi axila peluda y sudorosa. Tendría unos 30 años y al parecer, el olor debía padecerle agradable y excitante. 
No... no... ja ..... ja ... ja ...... ja ... Me reí más fuerte cuando su nariz olisqueó mi axila izquierda debido a que su nariz me tocó los pelos. El hombre respiraba hondo, disfrutando el olor del sudor en mi axila, el cual yo sentía también.
Qué rico olor a chivo tenés me dijo Me quedaría toda la noche con la nariz pegada a tu sobaco de macho.
No le respondí.
¿Cómo te llamás? —me preguntó.
No le respondí tampoco.
¿Así que no me querés hablar? —se enojó —Entonces no creo te moleste esto...

El hombre me agarró el bulto y me lo empezó a manosear por encima del pantalón, mientras seguía olfateando desesperadamente por debajo de mi brazo.

Iba a quejarme, pero en ese momento vi a Alan aparecer detrás del hombre olfateador. Me hizo un gesto y luego se acercó y me hizo cosquillas, a las cuales reaccioné con un grito exagerado que exaltó al olfateador, el cual me soltó. Esto pareció molestar al hombre, que estaba cerca mío y rápidamente se fue.
Ya sé como ayudarte me dijo, poniendo una mano sobre una de mis axilas y la cara sobre la otra.
¿Qué hacés? le pregunte.
Finjo lamerte las axilas como ese tipo para ganar tiempo respondió ¿O preferís que te haga cosquillas y que venga más gente?
De esta manera, mis puntos débiles estaban cubiertos y pude descansar un rato. Los demás hombres seguían riendo contra su voluntad, bajo una multitud de dedos que atacaban sus vientres, sus costillas y sus expuestas axilas. Alan fingía hacerme cosquillas, pero no me estaba tocando, aunque tenía su cara pegada debajo de mi brazo.
Te hace falta una buena ducha me dijo.
¿Qué querés? le dije No estuve en mi casa en todo el día y hace quince minutos me están matando.
No me quejo, la verdad que te queda bien me respondió.
Gracias
En serio, estoy agradecido por lo que hiciste y si tengo que olerle el chivo a alguien, me alegro que sea a un amigo me dijo, guiñándome el ojo. 

En ese momento llegó Pochoclo, que se sorprendió al verme. Alan se fue y se perdió entre otros invitados.
¿Qué hacés acá atado? me preguntó Te dije que tenías inmunidad por ser invitado mío.
Quizá me empezó a gustar esto de las cosquillas le mentí.
No me digas... me respondió con mala cara, como si la mención de que me gustara lo hubiera decepcionado en algún punto.

En ese momento, la campana volvió a sonar y me liberaron. Alan ya no estaba en la sala de las axilas, así que elegí a la primera persona que vi para que me reemplace y me fui con Pochoclo.
Tengo algo que decirte le dje.
 ¿Ah sí..?
 Yo no confiaría en Damían, tu psicólogo.
 ¿Y por que no?
Por empezar, me dijo que tu verdadero nombre era David le dije en voz baja Y anda diciéndole a todo el mundo que vos extorsionás con los videos y la forma de zafar.
A ver, ¿Y cuál es la forma? repreguntó.
Bueno, él me mostró un video de cosquillas que él hizo con un chico le mentí —Justo ese chico estaba en la sala de amantes de cosquillas en los pies.
¿En qué momento se vieron con Damián? me dijo, visiblemente más afectado.
Saqué de mi bolsillo la tarjeta del psicólogo.
Él me la dio y me dijo que lo llamara porque tenía algo importante para decirme le dije.
Hiciste bien en informarme dijo David de manera seca Cuando quieras, podés irte, parecés cansado de tanta acción.

No lo pensé dos veces y decidí retirarme. Muchas personas ya habían empezado a retirarse. Me dirigí hacia el vestíbulo donde estaban los lockers con clave y recuperé mi celular. Vi que apenas eran las tres de la mañana. Crucé la puerta de salida y empecé a caminar por la calle.  De repente, escuché el ruido de una bocina: era Alan.
¿Te llevo a tu casa? me preguntó.
Va a ser mejor que vayamos a la tuya le dije Tenemos que hablar.
Y así comenzó mi relación de amistad con Alan. Y mi enemistad con Damián.
Continuará...

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