Capítulo anterior: El juicio.
Después de la noche en la casa de David, vinieron unas semanas con buenas noticias. El hecho más significativo fue que la madre de José, directora de un colegio, logró contratarme como profesor de biología ante el fin del verano y las clases que ya comenzaban. La madre no sabía absolutamente nada acerca de lo que había pasado con su hijo; tampoco sabía qué clase de hijo tenía. Al empezar las clases, eventualmente me lo encontré a José.
Sé que sabés lo que hice —me dijo, arrepentido —Y convencí a mi madre para que te contrate.
A José parecía no pasarle el tiempo. Estaba igual que siempre. Me costó no insultarlo; confieso que pese a todo, de alguna manera él me ayudo a conseguir mi nuevo trabajo. Creo que igualmente José eligió el momento y el lugar de aparecerse, donde yo no podría hacerle nada. Si bien igualmente deseaba vengarme, las condiciones no estaban dadas. No obstante, José se mantuvo lejos de mi alcance todo el tiempo y eventualmente, por el momento decidí perdonarlo.
José no era mi principal problema ahora. La relación con David había quedado bastante dañada y aunque no había escuchado nada más de él, no tardaría en aparecerse para pedir algún encargo. ¿Debía buscar mis dos víctimas para liberarme? Era lo único que me faltaba quitarme de encima para poder volver a mi vida normal y mejorada.
Yo seguía viviendo en mi casa, pero apenas iba. En general, estaba en lo de Alan, donde ya prácticamete me había instalado y ahí me daba la gran vida. Con el tiempo supe que Alan tenía muchísimo dinero, pero que era un chico extremadamente solo. No tenía familia y sus amigos eran más bien pocos. Cada vez que yo iba, él hacía grandes esfuerzos por atenderme en todo sentido. La comida era buena, las comodidades eran buenas, el sexo era el mejor...
En cuanto a David, decidí que lo mejor sería comprar mi libertad, aunque sea comenzando a buscar el primero de los dos reemplazos. Me tomé un largo tiempo buscando un candidato que realmente se mereciera el castigo de pertenecer a aquella infame red de perversos de las cosquillas, que muchos habían sufrido injustamente. Y así di con el Rafa, un paseador de perros que se dedicaba a tomar sol y a hacer ejercicio mientras que dejaba a los perros de sus clientes atados a un árbol. Los vecinos lo odiaban y nadie se atrevía a decirle nada.
La crueldad animal es algo que jamás me ha gustado. Conseguir sus datos fue facilísimo: simplemente le pedí su número de teléfono para hacer ejercicio. Tomé un par de clases con él para generar confianza, Luego, me las ingenié para fotografiar las placas de los perros atados, donde figuraba el teléfono de los dueños, y armé una base de datos. Finalmente, un día le dije que viniera a mi casa y lo hice subir para pagarle, momento en que lo sometí amenazándolo de que diría lo que hacía.
Estás loco— me dijo, cuando le dije que la propuesta era atarlo desnudo y hacerle 10 minutos de cosquillas.
No tengo tiempo para esto —le respondí, señalándole la cama donde ya había hecho los amarres —A la cama o hablo. Podés dejar a perro ahí, no tardaremos demasiado.
¿Y cómo sé que no me vas a matar ó algo así? — me peguntó.
¿Matar a alguien en mi propia casa y que tiene mi número de celular? ¿Creés que soy estúpido o qué?—le repregunté —Aparte nadie te está obligando a nada, tenés la libertad de irte ahora mismo.
Creo que el Rafa pensó que habiendo subido con un perro golden tendría más piedad de él y por eso accedió, pero fue lo más conveniente que pudo haber ocurrido. Lo cierto es que no tenía ganas de hacerle cosquillas, pero la cámara de mi celular convenientemente ocultado estaba grabando y alguien tenía que hacerlo. Una vez atado, le revelé mi plan.
Una vez tuve un perro —le dije —Le encantaba comer queso blanco.
Ah si, a los perros les encanta —me respondió Rafa, haciéndose el amistoso.
—Sí, y qué casualidad que tengo uno acá. ¿Probamos si a este perro le gusta?
— ¿Qué... cómo...?
Rafa no llegó a responder, porque se dio cuenta del plan ni bien le empecé a untar queso blanco en las plantas de sus pies y muy espcialmente, entre sus dedos. No hubo que llamar al perro dos veces: éste se dirigió y comenzó a lamer los pies de Rafa ni bien notó el regalo.
— Jajjajajaja ¡Por favor, sacá al perro! Jajajaj —reía Rafa a carcajadas, mientras la lengua húmeda y caliente del perro pasaba una y otra vez por todas sus plantas y entre sus dedos, tratando de lamer el queso.
Apliqué tres pasadas más de queso, que el perro golden agradeció a su manera, con la devoción que hacía mi trabajo con su lengua enorme. Por supuesto, también hice lo mismo en sus axilas...
...y debajo de los huevos, lo que ocasionó que Rafa tuviera una erección y acabara casi en cuestión de segundos.
La sesión lo dejó extenuado y sumamente avergonzado, por lo que rafa se fue del departamento casi corriendo. Considero, de alguna manera, que dede aquel momento en adelante Rafa haría bien su trabajo y sería un buen paseador de perros.
El plan, de todas maneras, tuvo sus inconvenientes. Cuando le envié el video a David con los datos de Rafa para que se los hiciera propios, David me dijo que en mi caso, por lo que había hecho con Alan en la noche de su fiesta, serían necesarios tres reemplazos.
¿Tres? —le pregunté.
Si, y agradecé que te dejo salir dándome videos —me respondió secamente. —Hablando de eso, el próximo viernes tenemos una fiesta, ya te llegarán las indicaciones.
Cuando llegué a la casa de Alan, los problemas continuaron, pues me hizo una escena de celos. Yo estaba demasiado cansado para escucharlo; decírselo empeoró las cosas. Alan se puso tan pesado que terminé contándole los últimos acontecimientos, lo cual no esclareció nada su sentir, ni tampoco mejoró su humor.
Una de dos— sentenció —Me metiste los cuernos con el paseador de perros ó sos un hijo de puta que trabaja para David.
Alan empezó a hacer un verdadero show de la victimización acerca de todo lo que él sufrió cuando fue entregado por Damián. Que cómo no pensé en eso cuando decidí pensar en mí mismo, que seguro todo esto en el fondo me gustaba, que ya no lo respetaba... No me sorprendió que ese día durmiera en el sofá.
De alguna manera, ese evento fue el primero de una serie de reproches y reclamos que rápidamente deterioró la relación. Sencillamente, no había forma de acertar con Alan, al que todo le parecía mal. Tras varios días de discusiones, decidí que lo mejor sería volver a mi casa.
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