domingo, 6 de septiembre de 2020

El juicio

Capítulo anterior de la saga "Mi error": La fiesta de David

Decidí pasar lo que quedaba de la noche en lo de Alan, luego de aquella fiesta fetichista que jamás olvidaría.  Alan que vivía en un cómodo departamento de tres ambientes en el barrio de Belgrano. Como yo no tenía más ropa que la puesta, él se ofreció a ponerla a lavar mientras yo me bañaba. Acepté con un poco de pudor, pues esa remera estaba para prenderla fuego del olor a chivo que tenía.

¿Hay algo más relajante que una ducha caliente? La verdad que me tenía preocupado lo que había hecho al final de la fiesta de David: contarle lo que Damián había hecho. ¿Fui impulsivo? Si era cierto lo que Damián había dicho, David buscaría alguna manera de castigarlo. Por otro lado, pensaba que se lo tenía merecido por haber implicado a Alan. De alguna manera, algo en él me había conmovido y aunque él era un desconocido al que nada le debía, por alguna razón nos habíamos defendido mutuamente durante la fiesta. Pensaba, bajo la ducha, en las particularidades de nuestra nueva amistad. Mi deliveración llegó a si fin cuando escuché que la puerta del baño se abría.

Te traje una toalla —me dijo.

Gracias —le dije, cerrando la ducha, teniendo en cuenta que lo mío ya parecía un derroche de recursos.

Cuando corrí la cortina de baño y vi que Alan seguía ahí parado, tomé la toalla y me tapé la cintura. 

Te traje este boxer también —me dijo, entregándome una bolsa —Es nuevo, podés quedártelo.

Se lo agradecí y cuando él salió, me lo puse. 

Mientras mi ropa se secaba, decidimos irnos a dormir juntos en su cama matrimonial, ya que no había otro lugar donde poder dormir cómodo. La verdad yo estaba exhausto y no estaba en condiciones de oponerme al hecho de dormir con él, en la misma cama y en ropa con apenas interior que ni era mía. Me dormí rápidamente.

Al otro día, vi en mi celular que eran las 11 de la mañana. Alan no estaba, pero por el ruido de platos y cubiertos que venía de la cocina se notaba que estaba preparando el desayuno. Como todas la mañanas, estaba al palo y con muchas ganas de mear, así que me levanté de la cama y me me dirigí hacia el baño rogando que Alan no apareciera. Mala suerte, me lo crucé en el medio del pasillo. Quise disimular, pero no había forma.

Uy, mirá cómo la tenés —me dijo, agarrándome el bulto.

Pará, no jodas —le dije.

Dejá que te la vea, dale me respondió, bajándome el boxer.

De repente, Alan se arrodilló y empezó a chupármela de tal forma que me hizo retorcerme del placer. Más me acariciaba los huevos y más loco me ponía. En un momento le dije que no aguantaba más y empezó a pajearme rápido mientras yo sentía su lengua haciéndome circulos en la cabeza de la chota. Lo agarré por detrás de la cabeza y acabé, llenándole de leche la boca. Él se tragó hasta el ultimo vestigio de la acabada.

Me pasé el resto del día en su cama, siendo atendido por Alan. Cuando no comía algo hecho por él, me hacía sexo oral. Y cuando no me hacía sexo oral, me lamía las axilas o los huevos. Alan me confesó que tenía un morbo con los olores y que el olor a huevo y a chivo lo excitaban muchísimo. ¿Quién era yo para negárselo? Él me complacía y yo al excitarme transpiraba, lo cual lo excitaba a él también.

¿Cuánto tiempo podría haber pasado en el cuarto de Alan hasta hartarme de aquel estilo de vida? Nunca llegué a saberlo, porque al tercer día mi buena vida fue interrumpida por mi celular. Primero recibí un mensaje de David citándome a su casa sin falta para las 19 horas. ¿La amenaza? La de siempre: viralizar mi video de cosquillas. Tres minutos después, el mismo mensaje le llegó a Alan.

¿Sabrá que estamos juntos? —me preguntó Alan, inquieto.

No creo le respondí —Pochoclo no perdería la ocasión de hacérnoslo saber.

¿Y qué quiere entonces? —quiso saber.

Iba a explicárselo, pero un tercer mensaje llegó. Esta vez era para mí, era Damián. 

Sos un traidor, me decepcionaste. Le contaste a Pochoclo que nos vimos, me citó a su casa. ¿Por qué lo hiciste?

No había hablado del tema con Alan hasta ahora, así que tuve que contarle cómo conocí a Damián la vez que fui a su consultorio con David, lo que él me advirtió sobre los peligros de juntarse a las espaldas de él... Y lo último que le dije en la fiesta a David: que Damián estuvo diciendo que había pactado su salida al introducir a Alan.

¿Por qué le hablaste de mi? —me preguntó —Ahora estoy metido yo también en el problema.

Porque quería darle un merecido a Damián —le respondí.

¡Pero ahora nos llamó a los tres! —me respondió, con un tono perturbado No lo puedo creer, me metiste en un problema...

Hey... —le dije, abrazándolo —Yo te cubro. Lo más seguro es que quiera aclarar las versiones y Damián hablo demasiado... Vos no tenés nada que ver.

¿Y si sabe que estuvimos juntos? —me preguntó.

Lo que menos hicimos fue hablar de él, así que no creo que haya problemas —le aclaré.

Nos dirigimos a la casa de David a la hora pactada. Tuvimos la precaución de que yo me bajara del auto de Alan dos cuadras antes, para no llegar juntos.

No quiero llegar primero —suplicó Alan.

Bueno, me adelanto —le dije, mientras me eché a correr para llegar lo más rápido que podía.

Cuando llegué, Damián estaba esperando en la puerta de David. Me puso la peor cara que tenía.

¿Vos te das cuenta del peligro en el que nos metiste? —me preguntó —¿Vas a decirme por qué lo hiciste? ¿Fue por dinero, David te pagó?

No tengo que explicarte nada, menos a vos le respondí secamente.

Damián iba a responderme, pero justo llegó el auto de Alan. Al bajarse, Damián no dijo nada más. Como él no me había contado el detalle de su arreglo con Damián, seguramente había optado por un sano silencio.

Al subir por el ascensor del edificio de David, en donde reinó el más incómodo de los silencios, fuimos recibidos por David y descubrimos que dentro habían otros tres hombres y seis sillas, frente a un sillón.

Estamos todos —dijo David, cerrando la puerta —Creo que ya podemos empezar nuestra reunión.

Nadie dijo nada. David nos hizo sentar en las sillas y él se acomodó en el sillón, de manera que nos podía ver a todos y así nos dio su monólogo

—Los llamé a los seis porque quisiera que entre todos aclaremos algunas cosas... La primera es que, por si no quedó claro, yo no soy amigo de ustedes. Algunos de ustedes trabajan para mí, pero amigos ciertamente no son. Lo segundo es que valoro la discreción más que nada; sabrán ustedes que tengo videos comprometidos de todos ustedes y que cada vez que alguien abre la boca, todos corremos peligro. No somos amigos, pero de alguna manera, sí somos como una gran familia.

Nadie dijo nada.

—Ahora, ¿No creen que hay que hacer algo con los que ponen en peligro a Pochoclo Producciones, es decir, a nosotros mismos?

Silencio.

Hice una pregunta, Gabriel —le dijo a uno de los hombres.

Si... —respondió.

Por ejemplo, sé que estuviste investigando mi nombre, de qué trabajo —Lo increpó David —¿Se puede saber para qué?

Curiosidad, nada más —respondió Gabriel.

¡Mentira! —gritó Pochoclo, poniéndose de pie -Sacate la camisa o le envío el video a tu esposa y al banco donde trabaja.

El hombre obedeció.

—Nueva regla: cada vez que descubra que uno de ustedes miente, deberá quitarse una prenda. Decías, ¿Para qué querías saber mis datos?

Me los pidió Damián —confesó Gabriel.

Ya veo... —dijo Pochoclo, dirigiéndose hacia mí —Y vos te viste con Damián luego de la vez que fuimos a su consultorio.

Si —le dije.

¿Cómo lo contactaste? —me preguntó.

Él me dio una tarjeta sin que vos vieras y ahí estaba su teléfono —le dije.

Pochoclo ya había escuchado esta información de mi en su fiesta, pero claramente quería que Damián la escuchara. El psicólogo estaba tratando de mantener la calma, pero se lo notaba bastante tenso.

¿Qué hablaste con él? —Le preguntó David a Damián, señalándome.

Nada, quería saber si habían otros en mi misma situación —respondió.

Mentira, sacate la camisa —Gritó David —¡Le hablaste sobre reclutar a dos hombres para salirte de la Productora y le dijiste mi nombre!

Jamás hablé de mi video con Alan —se defendió Damián —Él se enteró de eso por otro lado.

David no le dijo más nada. Caminó hacia donde estábamos Alan y yo sentados.

Ustedes dos —nos señaló a los dos —¿De dónde se conocen?

De la fiesta del fin de semana —le respondí. —Yo le hice cosquillas a él en los pies y después él me hizo cosquillas en las axilas cuando me tocó estar ea mi atado.

¿Cómo supiste del video de cosquillas de Damián con Alan? —me preguntó.

Yo se lo conté —dijo Alan.

¿Y por qué me dijiste que Damián te había mostrado el video? —me preguntó —Eso es una mentira, sacate la remera...

Obedecí.

¿Que hiciste después de la fiesta? —le preguntó a Alan.

Me fui a mi casa —respondió.

¿ME fui? ¡Mentira, sacate la remera vos también! —dijo David —Hernán te vio yéndote con él en tu auto.

Hernán era uno de los dos hombres, a quien Pochoclo no le había dirigido la palabra y que aún conservaban su remera puesta.

Me pidió que lo acercara, no me pareció que estuviera mal —se defendió Alan. 

Pochoclo volvió a sentrase en su sillón.

—Es claro que acá hay hay muchas culpas para repartir que lógicamente se castigarán con cosquillas, pues no todo esta noche debe ser una tragedia para mi... El tema es cómo dividirlas. ¿Ven? Por eso me gusta estos juicios de a 6, porque nos deja dividir bien la hora. Si los 6 fueran culpables, tendrían 10 minutos de cosquillas para cada uno... Pero ya ven que mis dos amigos no hicieron nada, así que para ustedes cuatro serían quince minutos para cada uno. Si fueran tres, la pena podría dividirse en 20 minutos. Decime Alan, ¿te unirías a cosquillear a estos tres a cambio de salvarte?

Si —respondió Alan mirando hacia abajo.

—Bien, eso me da un total de 20 minutos para ustedes tres. Ahora, puedo salvar a uno más, pero en detrimento de los otros dos, pues además de sumar a un cosquilleador más, la pena sería de media hora para ambos. Definámoslo con un juego: los tres se sentarán en ronda y deberán masturbarse; el que acabe primero se salva.

Claramente, ese juego era parte del castigo. No es fácil masturbarse frente a otros seis hombres (David y los otros 5) y menos con la presión de que si no lo lográs tendrías media hora de cosquillas con tres atacantes. 

No voy a hacer eso —dijo Gabriel.

Yo tampoco —agregó Damián —Si nos dividimos la culpa entre los tres, son solo veinte minutos.

Confieso que el tono con que lo dijo no me gustó nada. Yo no iba a aceptar mas cosquillas de nadie, era un hecho que de esta noche iba a pelear por mi libertad.

Bueno, no hablen por mí —les dije, mientras me bajaba los pantalones y el boxer.

Me senté en la silla y empecé a tocarme. Traté de mirar al frente y concentrarme en la última cosa que me había calentado, la imagen de Alan lamiéndme el glande y los huevos. Vi que Damián se bajaba los pantalones y se sentaba al lado mío, también empezando a tocarse. Estaba en desventaja, yo ya estaba erecto.

No, no pueden... —dijo Gabriel, que por no luchar había sellado su propio destino.

Pero sí podíamos... Los dos nos masturbábamos frenéticamente, intentando llegar acabar. No era tan sencillo, las miradas nos inhibían y nuestras erecciones se mantenían con el esfuerzo de nuestras manos que subían y bajaban. Yo empecé a transpirar, mientras me tocaba los huevos para tratar de estimularme más. Intentaba bloquear mentalmente las conversaciones de la casa. Habían pasado cinco minutos, quizá menos; en ese momento lo vi a Damián, chivando mucho, haciendo una mueca de esfuerzo y dándolo todo, mientras se pajeaba desesperadamente con su brazo musculoso. Era tarde para él, pues mi imaginación y experiencia con José había sido más eficiente y un generoso lechazo que cayó sobre el piso de Pochoclo me consagró como el ganador indiscutible.

¡Qué noche! —exclamó Pochoclo —Y ahora viene el plato principal.

Gabriel y Damián fueron atados en X sobre unas camillas iguales a las que yo había estado cuando Pochoclo me había filmado unos días atrás. Gabriel fue abordado por Hernán, el otro hombre y Pochoclo. Simplemente él no podía perdonar la indagación que su víctima había hecho a sus datos personales y pretendía atender el tema personalmente. Además, David dispuso que ambos estuvieran con los ojos vendados.

Ustedes encárguense de sus asuntos —nos dijo Pochoclo, confiándonos al psicólogo Damián a Alan y a mí.

Ya había conocido las axilas y pecho peludo de Damián, aquella vez en que David me hizo cosquillearlo por unos cuantos dineros. Era cosquilloso entonces, así que atado debería serlo aún más.

Chicos, sean misericordiosos —nos dijo.

Si, tan misericordioso como cuando le diste mi video a David —le dijo Alan.

El tiempo de castigo para Gabriel y Damián no comenzó hasta que ellos fueron masturbados, en contra de su voluntad, hasta la eyaculación. Un poco de lubricante logró que hasta Gabriel, que había resisitido a la masturbarse, eventualmente acabara ante el masajeo de David. Esto era porque el cuerpo del hombre se volvía más sensible luego de la eyaculación.

Inmediatamente los hombres fueron puestos a disposición de sus verdugos, nosotros, quienes les hicimos cosquillas hasta enloquecerlos. En lo que había sido la última semana había hecho y me habían hecho tantas cosquillas como nunca n la vida, así que con todo lo aprendido me dirigí hacia Damián. En lo personal, preferí dedicarme exclusivamente a sus pies, untándolos generosamente con aceite para que en ellos se deslizaran mejor mis dedos y unos cepillos de pelo que convenientemente sipuestos por David. Esto enloqueció de risa a Damián durante toda la media hora, en la que no paré ni por un instante de torturar sus plantas. Mantener ese ritmo era agotador también para mí, pero la venganza valía la pena.

Alan se dedicó a las axilas de psicólogo que había traicionado, alternando con la tortura de sus costillas. No había demasiado margen para que Damián se moviera, pero su cuerpo se tensaba toda vez que Alan atacaba esas axilas peludas. Damián estaba transpirado como nunca. Debo reconocer que me puse un poco celoso cuando vi que Alan comenzó a lamerle los sobacos, lo que generó gritos histéricos en Damián. Lo dejé que se diera el gusto, al fin y al cabo ambos se merecían aquello que allí acontecía.

Fue una media hora sumamente agotadora, más para los ajusticiados, que quedaron tan agotados que tardaron en volver a hablar. La ceremonia terminó y todos nos fuimos. Esta vez elegí volver a mi casa, pues toda lo acontecido me había dado la idea de que si había una venganza pendiente, era la mía contra José.

Próximo capítulo: Altibajos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario