Joaquín trabajaba como enfermero en las Fuerzas Armadas, más precisamente en el Hospital Naval. Recientemente, estaba deprimido por haber cortado con la novia, así que para marzo del 2020 planeó unas vacaciones. Cuando ocurrió la cuarentena de ese año, no solo le interrumpieron sus vacaciones, sino que además recibió la orden de que su jornada laboral se extendería a turnos de 23 horas y guardias a demanda. Joaquín, que ya venía acumulando otros atropellos en el ejército, decidió renunciar. Inició el trámite correspondiente y no apareció más
Ahora, las bajas en el ejército no son inmediatas y quizá Joaquín hizo mal en renunciar en plena cuarentena. En sus planes, estaba conservar otro trabajo que tenía en otra clínica y luego de unas pequeñas vacaciones impagas, buscaría nuevamente trabajo para ocupar sus horas. ¿Qué sucedió? Joaquín recibió una carta documento un viernes que decía lo siguiente:
Requiero haga su prresentación en el departamento personal del hospital aeroenáutico central dentro e las 48 horas de recibida la presente a efectos de reguarizar su situación administrativa. Debido a su ausencia injustificada desde el 20 de marzo del corriente a la fecha, bajo apercibimiento de haber incurrido en falta gravísima "deserción", conforme el anexo IV, título II, capíyulo III, art. 13, inc. 15 apartado a) de la ley n° 26.394. Queda ud. debidamente notificado.
Capitán Leandro G. Ortega
Joaquín descubrió que todo ese enunciado de leyes, básicamente, se referían a la deserción de las FFAA, donde se castigaba con prisión a quien pusiera en rieso a otros militares.
Mierda— pensó, mientras agarraba el teléfono para hablar con Gabriel, un colega que había renunciado el año anterior.
Le mandó un audio de voz a Gabriel contando lo sucedido y él le respondió que se quedara tranquilo: a él también le había sucedido lo mismo por no respetar los tiempos de las bajas del ejército. Gabriel le recomendó a Joaquín que ni siquiera fuera. Joaquín sintió culpa de ni siquiera aparecer, por lo que Gabriel le terminó diciendo que si tanto quería, solamente fuera al hospital a firmar algún papel que ellos necesitaran, pero que ni se le ocurra ir en ambo.Esta llamada tranquilizó a Joaquín, aunque parcialmente. Al otro día, se dirigió al Hospital tarde durante la mañana, vestido "de civil", como le había recomendado su colega.
Básicamente, el Capitán Ortega le dijo de todo, menos lindo: que era un irresponsable, que cómo podía ser que renunciara en el medio de la pandemia. Joaquín se quiso defender con el argumento de las vacaciones y que había cortado con la novia, pero eso al Capitán le pareció insuficiente.
¿Sabe usted que es lo peor? —le preguntó a los gritos. —Que nadie que se fue de la forma que lo hizo usted volvió a aparecerse así, vestido de civil... ¿A qué vino, a decirme en la cara que le chupa un huevo?
Joaquín se sintió avergonzado y bastante estúpido... No tenía más argumentos, así que en cierto momento se paró para irse del despacho de Ortega.
¿A dónde va? —le dijo Ortega, poniéndose de pie e interrumpiendo al enfermero. —Aparte de desconsiderada, tu actitud de venir aquí fue estúpida. Ya mismo se pone su ambo y se va a trabajar.
Discúlpeme, pero no vine con la idea de quedarme —respondió Joaquín —Aparte no traje el ambo.
Eso no es problema —respondió el Capitán, tomando el teléfono de línea. —Hola... si... Traigan un ambo para el teniente Gomez.
Joaquín no tuvo siquiera tiempo de decir demasiado. En pocos segundos, siete hombres se presentaron. No vio bien las jerarquías de todos ellos, habían almirantes y al menos algún vicealmirante. Uno de ellos llevaba un ambo blanco.
Joaquín pensaba a toda velocidad. ¿Qué hacían esos siete almirantes ahí? Por la velocidad, había algo planeado. En el ejército las historias de humillación sobraban.
Póngaselo ya mismo —ordenó Ortega, entregándole las prenas.
Me voy —dijo firmemente Joaquín, pero ninguno de los 7 militares se corrió para dejarle pasar.Por última vez, póngase el ambo —repitió el Capitán Ortega —De esta oficina usted no sale vestido así como vino.
Joaquín tuvo un arrebato y tiró el ambo sobre la silla donde había estado sentida antes. Ni el Capitán ni nadie se conmovió. En su lugar, hizo un seña e inmediatamente, los siete marines saltaron sobre Joaquín y lo empujaron al gran escritorio del Capitán. Jaquín luchaba inútilmente. Sin embargo, de a poco cedió una vez que comenzaron a quitarle la ropa y a atarlo con en X. En segundos, su cuerpo desnudo y musculoso se retorcía contra las cuerdas y los convenientes nudos de amarres.
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Nudos de marinero, no hay nada qué hacerle... |
Usted abandonó su deber en tiempo de catástrofe —dijo el Capitán —renunciando intempestivamente...
¡Malditos! —gruñó el enfermero— ¡Déjenme ir ahora o los voy a matar!"
Las amenzas de Joaquín fueron inútiles. Esta forma de castigo estaba planeada y su mejor parte es que no le dejaría a Joaquín ninguna marca ni pista visible que él pudiera mostrar luego... Pero por supuesto, que lo pondría en su lugar. El Capitán abrió un cajón y sacó varias plumas y las pasé. Joaquín de repente dejó de gritar, pero comenzó a luchar aún más para escapar.
Así que usted dice que se encuentra deprimido porque lo dejó la novia... —dijo el Capitán —Bueno, vamos a tratar de alegrarle la mañana, a ver si vuelve a trabajar.
Espere, no va a ... oh, no ... no, por favor ..." —se horrorizó Joaquín.
De repente, Joaquín estaba sudando y hablando en voz baja y silenciosa. Claramente, esto era algo para lo que Joaquín no estaba preparado.
Uno de los almirantes se acercó a sus pies indefensos y comenzó a acariciar ligeramente su pie izquierdo. Incluso antes de que se acercara, Joaquín trató de alejarse, abriendo sus ojos con nerviosa anticipación. Cuando le puso la pluma entre los dedos de los pies, se mordió el labio e intentó mantener la compostura. Pero no duró mucho. En cuestión de minutos, se estaba riendo sin control, girando para alejarse. Le dio la vuelta a la pluma y usó el extremo de ella sobre sus plantas. Ante esto, Joaquín perdió el control totalmente y comenzó a reírse histéricamente, rogándole que parara. Para entonces, todos los demás habían avanzado y estában sobre él, usando plumas y dedos en sus pies, axilas, estómago y bolas. Joaquín aulló de risa, retorciéndose impotente contra las cuerdas. Cuanto más le hacían cosquillas a su cuerpo sensible, más se reía y suplicaba.
"¡Alto! ¡Ja! ¡Ja! ¡Por favor! ¡Aaahh! ¡Ja! ¡Ja! No puedo soportarlo. No. ¡Ja! ¡Ja! ¡Por favor, no más!" chilló entre estallidos de risa incontrolable.
Durante la siguiente media hora torturaron al enfermero, hasta que se empapó de sudor y lloraba de risa. Transpiraba y olía como si hubiera corrido una maratón. Era hipersensible en todas partes, pero su tamaño 44 pies tenía que ser la parte más sensible. Un par de hombres se juntaron y se turnaron para trabajar en sus suelas, haciendo patrones circulares con sus dedos y trabajando las plumas alrededor de los dedos de sus pies.
Joaquín simplemente se volvió loco, arqueando la espalda y gritando por piedad. Sus costados y axilas peludas también eran muy sensibles y él giraba y se retorcía en un vano intento de escapar de tantos dedos.
Durante todo este tiempo, todas las pijas de aquellos hombres se pusieron duras como una roca, especialmente cuando Joaquín gritó más fuerte y suplicó con mayor intensidad. Finalmente, un hombre disparó su semen... Luego extendió su semen en el pene de Joaquín y comenzó a sacudirlo lentamente. En cuestión de segundos, Joaquín se estaba volviendo loco, su pene gigante, rígido y palpitante, lista para acabar. Cuando todos atacaron sus suelas, axilas y costillas una vez más, dejó escapar un grito y acabó en chorros gigantes sobre él y la cama. El Capitán no pudo contenerse más y acabó durante minutos interminables.
Después de que todos se recuperamos, desataron el cuerpo empapado y exhausto de Joaquín y los almirantes abandonaron la oficina.
¿Vas a ponerte el ambo?— ofreció nuevamente el Capitán de Recursos Humanos.
Joaquín se lo uso a toda prisa, pero solamente para poder salir de aquella oficina y salir corriendo del Hospital al que nunca pensaba volver.
Es una pena— dijo el Capitán a uno de los almirantes, viendo salir corriendo a Joaquín— si me decía que no se ponía el ambo, le hubiera firmado la baja ahora mismo... ¡Cítenlo para la semana que viene!
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