He de decir que mi fetiche son las cosquillas, pero solo me gusta hacerle a personas que no les guste recibirlas. Por eso, es normal que ande buscando personas con quien intercambiar fetiches.
Conocí a Francisco (24) una tarde viajando en subte. Él, 1,6 m de altura, morocho, cara linda. En Buenos Aires, es conocido que en el primer vagón del subte, cuando vi que tímidamente pretendía hacerme mano boba. Cuando finalmente lo logró, ya era la hora de bajar, pero él tímidamente me pasó su número para continuar el encuentro en alguna otra parte.
Hablando con él, me enteré que Francisco era médico y que trabajaba en una clínica. Detrás de la timidez de los tiempos iniciales, descubrí a un joven bastante morboso. Decía que le gustaban los hombres peludos y que tenía un fetiche con los olores: a huevo, a chivo y a pata. Nada complicado para cualquier tipo, así que le propuse de encontrarnos después de que saliera del gimnasio.
Fui a su clínica y pasé como un paciente más. Ahí, el doctor me pidió que me desnudara. Toda la ambientación médica me gustó, y el doctor se dedicó a recorrer mi cuerpo con su nariz. Me practicó sexo oral y me fui.
Él quería tener algo más y le propuse mi morbo "como para probar", ya que él no había tenido tapujos en decirme el suyo. Me respondió que lo de las cosquillas le parecía algo aburrido, pero que con tal de verme otra vez, lo podíamos negociar. Yo me sentía como una araña que ya casi había atrapado a su mosca. A todo lo que él me proponía le decía que si; no obstante, yo solo tenía sed de cosquillear.
El día que vino a mi casa, le propuse el inocente juego de las cosquillas, donde yo lo ataría a él y le haría cosquillas con una pluma (nunca uno se revela como experto). Traté de poner mi mayor cara de inocencia y por suerte, aceptó. Nos desnudamos y procedí a atarlo. Su cuerpo era bastante lindo, era peludo en el pecho y en las piernas.
Lo até en forma de cruz. Por ser él tan fetichista de los olores, me llamó la atención de que Francisco fuera tan limpio. Una vez que lo até firmemente, pude dialogar un poco más con él.
¿Así que al doctor le parece que el asunto de las cosquillas es algo aburrido? - le pregunté, mientras pasaba una pluma por el cuello.
Si, eso no me da nada - me respondió.
¿Y qué pasa si prueblo con el dedo? - le respondí, mientras tocaba suavameente sus costillas.
Francisco dio un salto.
No, ¡vos me dijiste que ibas a usar una pluma! - me dijo riéndose, nervioso.
Lo que yo dije es que te iba a hacer cosquillas -repliqué, ahora con mi dedo en su vientre- Y eso es precisamente lo que voy a hacer.
Lo que primero hice fue dedicarme a cepillarle los pies por un buen rato, luego de untarle aceite generosamente. Esto casi enloquece a Francisco y apuesto, por su cara de espanto y su risa histérica, a que nunca en la vida lo había probado. Le pasé el cepillo de pelo por debajo de los dedos, por el talón.
¿Qué pasa, no era que las cosquillas eran aburridas? -le pregunté sin parar- Yo veo que te estás divirtiendo michísimo.
Luego de eso, masturbé a Francisco hasta acabar con toda su leche. Cuando acabó, volví a sus pies y se los lamí con ganas. Él estaba desesperado, pues mi lengua llegaba hasta entre sus dedos. Cuando volví a verle la cara a Francisco, noté que estaba transpirando de la risa. Fui bueno y lamí su sudor, pasando mi lengua por sus delicadas axilas y causándole aún más cosquillas.
Cuando terminó la sesión, Francisco estaba exhausto. No creo que le haya gustado tanto la sesión, pero yo me divertí en abundancia.
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