jueves, 31 de enero de 2019

Aquel fauno degenerado. Capítulo IX.


En los días que siguieron, el fauno comenzó a preparar todo para el regreso de los hombres a su hogar. Básicamente, armaba reuniones en el bosque para intentar determinar en qué medida podrían aplicar las habilidades aprendidas a situaciones cotidianas de la empresa. Aquella idea de regresar deprimía a los hombres, que ahora consideraban que había más en el mundo que aquella aburrida rutina laboral. Pero intentaban no pensar en ello y dedicaban el tiempo a repasar sus habilidades adivinatorias con las ramas, o intentaban encontrar objetos enterrados a varios metros de profundidad, que ya no tenían ganas de desenterrar.
Durante aquellas últimas noches, los hombres festejaron prendiendo fogatas y dedicándose al vino, que el fauno compartía copiosamente. Una noche, el fauno le regaló a Alejandro una quena hecha por él mismo y ambos musicalizaron aquellas fiestas desde entonces. Los estados de embriaguez de los hombres desataban toda clase de pasiones y era común las peleas que terminaban con sexo entre camaradas. Finalmente, también habían escenas de nostalgia, anticipándose al fin de toda aquella aventura.
—Francamente, considero que aplicar nuestras habilidades para que una empresa tan poderosa se beneficie aún más, es un desperdicio. —le dijo Gonzalo al fauno la última noche, mientras ambos estaban juntos, mirando al fuego, sentados desde un tronco. Los demás se habían dormido por la borrachera.
—Pienso lo mismo, pero no hay nada que pueda hacerse y necesito que regresen para que su Director no lleve a cabo su amenaza.
—Podrías volverte con nosotros.
—Agradezco el gesto, en serio. Pese a que al principio sentía desconfianza hacia ustedes, admito que finalmente aprendí a quererlos. Sé que mis formas no fueron las mejores y diría que hasta la altura de mis cuernos de cabra fue lo máximo que pude llegar. Fuera de este bosque, no habría lugar para mí y a la larga sería una carga para ustedes.
—No sé si con los demás, pero tendrías un lugar conmigo.
—Vos tenés tu vida, tu familia que te quiere, tu empleo. Es un éxito, estás comenzando una relación...
—¿...Y si todo aquello ya no me importa?— interrumpió Gonzalo, acercándose al fauno.
—Diría que no vale la pena sacrificarlo todo por vivir en el bosque. —le contestó el fauno.
—Me gusta esta vida.
—Esta vida no es vida para nadie, ni siquiera yo me establezco en un lugar fijo. Solo acampamos aquí porque ustedes no acostumbran al nomadismo.
—Hablo de una relación humilde con la naturaleza, de estar verdaderamente conectado— planteó Gonzalo, que había desetimado las diferencias biológicas de ambos.
Gonzalo se quedó mirando fijamente el fuego, recordando la fuerza de la patada que el fauno le había dado. Mientras tomaba un gran trago de vino, recordó el dato que el Director General les había suministrado acerca de la agilidad y capacidad de salto de los sátiros.
—De todas formas, siento que pasé la vida comportándome como un idiota y que todo lo que me espera al volver a la Ciudad será igual de básico y estúpido —confesó.
—Pero nada impide que puedas retomar tu vida de manera diferente. —le dijo el fauno en voz baja, pero esperanzado y se puso de pie para retirarse. Pero Gonzalo lo detuvo, tomándolo de la mano.
—Quiero vivir con vos, donde sea.
—Eso no tiene sentido ni nos conviene a ningu...— dijo el fauno, pero no puedo terminar la frase porque Gonzalo se paró, poniéndose delante de él y acercando su cara a poca distancia de la del fauno.
—Creo que estoy enamorado de vos.— le susurró.
—¡Ja! Esto es un delirio.
—Y sé que vos también lo estás pese a que te golpee y actué mal, que disfrutaste de todo lo que me hiciste cuando estaba atado.
—Eso lo hice porque los faunos somos depravados y degenerados. Nada tiene que ver con el amor, sino con mi naturaleza visceral aplicada a todos los actos de la vida.
—¡Corramos el riesgo, es verdad que estoy enamorado! —suplicó Gonzalo casi llorando, abrazando al fauno para retenerlo.
—Pongamos las cosas en claro— le dijo el fauno con un tono paciente, mientras empujaba levemente a Gonzalo por el pecho, para tomar distancia. —Les estoy pidiendo que vuelvan a la Ciudad para evitar que incendien mi bosque. Ese sería un buen gesto de amor. Antes de pedir amor, deberías aprender a darlo.
—¿Y cuando tu bosque esté a salvo? —preguntó Gonzalo.
—En ese momento, tus sentimientos serán otros. —predijo el fauno. —Si tengo razón, verás lo fácil que es superarlo. Y si me equivoco y para entonces aún sufrís, sabrás que yo no era tan especial ni sabía tanto como creías.
Gonzalo se detuvo a pensar en la verdad trágica contenida en esa paradoja propuesta por el fauno. Ya sabía que si se quedaba, el bosque del fauno y todo lo que en él habitara corría peligro. Ninguno de sus familiares, amigos y novia aceptarían su ausencia e irían a buscarlo, considerándolo un demente. Por otra parte, también estaba el riesgo de que, a partir de su búsqueda, el resto del mundo descubriera la naturaleza del fauno y que terminaran atrapándolo, como en aquel caso citado por el Director General. Si el fauno tenía razón, todo su sentir no era más que un peligroso capricho que pasaría con el tiempo, ¿pero si no era así? El fauno se habría equivocado, con lo cual de alguna u otra manera, estaba destinado a caer de su vida. Pero aceptar esta idea no le era nada fácil, pese a toda aquella explicación lógica que a Gonzalo le resultaba secundaria.
—Quiero acostarme con vos, ¿eso está en tus posibilidades?— le dijo Gonzalo, que no se dignaba a perder.
El fauno cambió hacia su forma humana, pero no dijo nada. Culminada la transformación, ya no había tanta diferencia de altura entre ambos. Pese a que las facciones humanas del fauno eran más delicadas, Gonzalo rechazaba la idea de estar con un semejante.
—No me interesa tu forma humana, no quiero estar con otro hombre.
El fauno tampoco respondió nada y volvió a su forma original, recuperando sus rasgos de cabra. Gonzalo se acercó a él y dirigió su mano hacia la entrepierna del fauno, cuyos genitales en estado de flacidez no se veían por estar tapados con su pelaje. Comenzó a masajearlos lentamente, mientras besaba el cuello del fauno. El fauno sostuvo las nalgas de Gonzalo mientras ambas erecciones se formaban. Gonzalo dirigió la mirada y vio que si bien se trataba de un pene casi humano, estaba ligeramente curvado de tal manera que bajo esa forma, era imposible que el fauno lo penetrara sin desgarrarlo. Gonzalo decidió que no le importaba, pero jamás sintió nada porque despertó sobresaltado de aquel sueño, que había parecido real.
Notó que se había manchado el abdomen con semen, producto de una polución nocturna y que los demás estaban durmiendo profundamente, incluyendo el fauno. Gonzalo se limpió con la palma de su mano, intentando determinar en qué momento se había dormido y miró al fauno durante unos segundos, repasando el sueño que había tenido y luego volvió a dormirse. Más tarde, tuvo dos sueños similares que lo sobresaltaron.
A la mañana siguiente, hombres emprendieron el camino de regreso, llevando todo cuanto habían traído al bosque. Lo más difícil había sido volver a vestirse, porque volvían a perder el sentido del tacto y se la pérdida de aquella libertad nudista los hacía sentir visiblemente incómodos.
—¿Nos volveremos a ver?— preguntó Alejandro, mientras todos saludaban al fauno.
—Puede ser. No veo por qué no podrían visitarme cuando las cosas en su empresa se tranquilicen— respondió el fauno.
Gonzalo se alivió con aquella respuesta, muy diferente a la que había obtenido en su sueño. Aún así, no se atrevió a confesarle al fauno sus intenciones, aunque sospechaba que él las sabría de todas maneras.
—Recuerden todo lo que les enseñé, ¡y háganme quedar bien!— bromeó el fauno, mientras los hombres se alejaban de él. El fauno tocó una melodía con su flauta, que los acompañó hasta que la distancia en el bosque la hizo inaudible.
En el camino, los hombres intentaron hacer chistes con la mejor actitud posible, mientras cada uno repasaba para sí las historias vividas. Tres horas después, llegaron al camino y se dirigieron al pueblo más cercano, que si bien era tranquilo, a los hombres les parecía extrañamente frenético. Hablaron por teléfonop a la empresa, que les envió inmediatamente una camioneta para que los pasaran a buscar y unas horas más tarde, los cuatro se encontraban de vuelta en la ciudad.
Volver no fue tan bello como esperaban, aunque nadie podía decir dónde estaba la diferencia con el lugar que habían dejado. Aunque dos meses atrás los cuatro vivían ahí, ahora sentían que no estaban volviendo a su hogar, sino a un infierno urbano pintado de los mismos colores en tono de gris, que conocían de antes. Sentían repulsión por aquellas calles llenas de gente, habitantes ruidosos y una opresiva lluvia que parecía interminable. Los hombres notaban al detalle lo sucio, violento, contaminado y deprimente de su ciudad.
—¿Soy el único que piensa que el bosque del fauno resultaba menos horrible que esta ciudad?— preguntó Gonzalo, atreviéndose a confesar algo que todos sentían solidariamente en silencio.
—Yo también siento lo mismo— dijo con alivio Pedro, mientras posaba su mano sobre el hombro de Gonzalo.
—Yo quiero volver— se quejó Iván, bufando de malestar. —No me gusta nada el color de esta ciudad, ni la gente, ni esta ropa.
Los demás se miraron mutuamente, interesados por aquella descabellada pero tentadora propuesta. Lo que Iván proponía era una locura, pero los tentaba ahora que podían apreciar que nada les había faltado con el fauno y los beneficios de aquella vida en el bosque. Aunque la comida era insípida, en ningún momento habían pasado hambre. También tenían agua, sustento, y el beneficio de todas aquellas experiencias asombrosas. Recuperar todas las comodidades cotidianas que el fauno les había quitado debía llenarlos de alegría, pero los hombres se sentían más vacíos que nunca. Un vacío sin borde que no podía llenarse con nada de lo que esa ciudad les ofreciera.
—Hicimos la promesa de que volveríamos al trabajo para que el fauno no perdiera su bosque. —recordó Alejandro.
—Yo no pienso volver a encerrarme en una oficina aburrid,a cuando fuimos testigos de las cosas más raras e interesantes del mundo— dijo Gonzalo hablando al aire, visiblemente enojado. —¿Sueldos para comprar ropa? ¿Ropa para trabajar? ¿Dinero para pagar departamentos que no usamos por estar metidos en esa cárcel?
—Sin contar tener que pasarnos todos los días ahorcados con una corbata, siendo hipócritas con el Director asqueroso ese. —agregó Pedro. —Creo que si tengo una meeting más, dejo todo y me vuelvo.
—Yo ya estoy decidido a volver, lo digo en serio, no tengo nada que perder— dijo Iván seriamente —Vayan a defender sus puestos jerárquicos ustedes, yo soy un administrativo y nada me atrapa.
—¿Ni siquiera tu familia?— le preguntó Alejandro.
—Menos que menos mi familia.
—¡Entiendan que uno no puede desaparecer así nomás! ¿Piensan que nadie los va a buscar? —se interpuso Alejandro, que pese a sentirse igual que sus compañeros, había llegado a la sencilla conclusión de que no tenían ningún plan. —Ni sabemos si al volver al bosque vamos a encontrar al fauno, aunque ahora podamos encontrarlo con mayor facilidad. Hagamos algo, juntémonos el próximo fin de semana y con tranquilidad evaluémoslo mejor.
Los hombres asintieron y se quedaron parados en silencio durante un rato, observando la lluvia caer antes de despedirse. De a uno, los hombres se fueron separando. Iván tomó un colectivo que dejó detrás de sí una nube de smog. Finalmente, los demás se dirigieron al estacionamiento de su empresa para irse en sus respectivos automóviles.
Al lunes siguiente, los hombres se presentaron a trabajar como de costumbre. Tuvieron una nueva reunión con el Director General, el cual quedó muy conforme. Pedro tuvo que esforzarse en no irse al ver su grotesca risotada y escuchar palabras como competitividad, eficacia, eficiencia, equipo y demás palabras de aquel ámbito laboral.
—El único equipo que haría para ese maldito Director, sería para llevar su cajón funerario— bromeó Alejandro, al finalizar la reunión. El tono de su voz denotaba desafío.
—¡Basta, te va a oir!— dijo Iván severamente, pero en voz baja —Ya lo hablamos de esto, prometimos tener una buena actitud!
—Aparte eso ya lo dijiste tres veces, me cansás— agregó Gonzalo, sin dirigirle la mirada.
La semana, que les pareció interminable, eventualmente llegó a su fin. Se acercaba el día en que los cuatro empleados y aprendices del fauno se reunirían para organizar bajo qué circunstancias volverían por fin hacia aquel bosque, deseo del que nadie había desistido. Finalmente, se hizo la hora de la reunión, que tendría lugar en un bar...

….reunión a la que nadie nunca fue. (Fin..?)

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