domingo, 20 de junio de 2021

¡Feliz día del padre!

Uno de los momentos más excitantes de mi vida ocurrió junto a mi hermano, que aquel momento tenía 18 años, y mi padre, de 42. En aquel tiempo, yo tenía 20 años, y la poca diferencia de edad se debe a que él nos tuvo de muy jóvenes. No obstante, pese a que mi madre nos dejó, los tres hemos sido una familia feliz.

Siempre sentí una fascinación por mi padre, quien nos educó con mucha libertad. Podíamos hablar de cualquier tema abiertamente, incluso los sexuales. Siempre me llamó la atención y me pregunté por la suya, pues jamás le conocimos otra pareja después de mi madre. No era un tipo feo, se mantenía en forma y era una buena persona. Más bien, era un hombre que parecía rehuir a todo encuentro social y que realmente no quería complicarse con nadie.

Siendo una casa de hombres, habían ciertas libertades que en otras casas no notaba. Por ejemplo, comíamos en el sillón, eructábamos con libertad y jamás bajábamos la tapa del inodoro. Andábamos siempre en cuero, y desde que tengo uso de razón, mi papá jamás se molestó en ponerse desodorante. Mi hermano solía quejarse bastante por eso, cosa que mi padre respondía diciendo que así huelen los hombres naturalmente. Para mí, era algo que secretamente me encantaba y que obviamente jamás me atreví a confesar. Cuando miraba la televisión con las manos enlazadas en su nuca, me gustaba recostarme a su lado y disimuladamente sentir el olor de sus axilas. También, cuando era niño en días muy calurosos, aprovechaba a hacerle cosquillas en las axilas para luego, sin que nadie me viera, olerme los dedos. Por supuesto, cuando crecimos esos juegos se volvieron incómodos.

No obstante, un día ocurrió un milagro. Papá nos había comprado un auto cuando recién tuvimos permiso para manejar. El auto era bastante feo, y si bien había servido para aprender, mi hermano quería cambiarlo.

No pienso cambiarlo para que lo choquen y lo tenga que mandar a reparar- mi padre solía responderle.

Un día con mi hermano nos cansamos y nos pusimos de acuerdo para definir el tema del auto. Cuando fuimos a buscarlo, vimos que mi padre estaba echado en su cama en calzoncillos.

Papá, ¿Podemos cambiar el auto? ―comenzó mi hermano.

Olvídense, ya hablamos del tema ―respondió.

Dale, papá, ese auto es una mierda ―le dijo. ―¿Hasta cuándo vamos a tener el mismo auto?

Hasta que les crezca un pelo en el pecho y se pongan a trabajar para cambiarlo ―nos respondió.

No te vamos a parar de molestar hasta que cambiemos el auto ―le insistí, interponiéndome entre él y la televisión.

¡Déjenme ver mi programa! ―Nos dijo, molesto pero sonriendo. ―¿No tienen algo más que hacer?

Ahí fue cuando riendo me tiré encima y empecé a hacerle cosquillas, lo que ocasionó una reacción inmediata de su parte, riéndose e intentando escapar. Mi hermano entendió instantáneamente el plan y lo tomó por las costillas.

Logré sujetarle un brazo y con los dedos de mi otra mano acariciarle su axila peluda, que estaba transpirada y era extremadamente cosquillosa. Mi rostro estaba tan cerca, que podía sentir ese olor a chivo mejor que nunca. Él se movía, pero mi hermano lo había inmovilizado desde las piernas y le hacía cosquillas en las costillas. ¡Gloriosos eran esos instantes en que, gracias a los bruscos movimientos de mi padre cosquilleado, su axila peluda y sudada se pegaba a mi nariz! Nunca había podido sentir aquella fragancia tan de cerca. Mi erección era total, convenientemente ocultada por mi pantalón de jean.

¿Vas a cambiar el auto? ―le preguntaba insistentemente mi hermano ―¿O querés que sigamos?

¡Vayan a trabajar si quieren un auto nuevo! Ja ja ja ja ―repetía mi padre a carcajadas.

Mi hermano no parecía que iba a ceder, pero luego de tres minutos pasó algo. Él había trabado una de las piernas de mi padre con las suyas, de manera que una de sus rodillas le presionaba el pene, tan solo cubierto por sus calzoncillos. La fricción del movimiento le hizo acabar involuntariamentey de repente, vi que mi hermano retrocedía horrorizado tras notar la mancha de semen que se formaba en la tela de su entrepierna.

Mi padre se cubrió como pudo y se retiró sin decir nada, mi hermano tampoco comentó nada. Yo aproveché el olor aún presente aroma a macho en mis dedos y mi cara, para descargar mi excitación en la privacidad del baño.

Nadie habló nunca más del tema, pero mágicamente a los pocos días mi padre decidió cambiar el auto. 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario