martes, 11 de febrero de 2020

Mi abuelo me hizo cosquillas a cambio de dinero

Cuando era chico, solía pedirle plata a mi abuelo. Él daba vueltas, aunque finalmente me daba lo que le pedía. Cuando empecé a crecer, él se volvió más tacaño; decía que nuestra generación tenía todo servido, que no sabíamos ganarnos nada, que éramos unos flojos. En cambio, hablaba del respeto y la disciplina de su época, del servicio militar obligatorio y todas esas cosas que los mayores les gusta presumir.

Un día que él estaba en mi casa con Jorge, un amigo de la familia con el que él andaba siempre, fue una de esas ocasiones en las que quise pedirle dinero. 
¿No te da vergüenza pedirme dinero a tu edad? - me preguntó - A tu edad, ya deberías trabajar; ésto es lo que pasa con los de tu edad, le tienen alergia al trabajo.
¿Vas a darme el dinero o no? - le pregunté a mi abuelo, revoleando los ojos.
Hagamos algo, si aguantás 5 minutos con los brazos en la nuca, pase lo que pase, te doy dinero - me dijo.

Yo estaba sin remera porque era verano, así que acepté. Había un reloj de pared grande que marcaba el tiempo, así que esperamos a que el segundero se pusiera en el 12 y los levanté.

Rápidamente, mi abuelo se acercó a mi e intentó tirarme de la barba, para que bajara los brazos.
Ojo que si bajás los brazos, no hay dinero, ¿eh? - me dijo, en tono burlón - Tienen la edad para dejarse la barba, pero no para mantenerse solos.


Creo que mi abuelo no me la iba a hacer fácil. A continuación, probó una táctica diferente.

Espero que no tengas cosquillas en las axilas - me dijo, maliciosamente.
¡Eh, no vale! - le dije, empezándome a reir.
¿Cómo que no? - preguntó - ya te crecieron los pelos, estás hecho un hombre, así que podés aguantar un rato de cosquillas.



Mi abuelo era realmente sádico. Nunca me habían hecho cosquillas con mi consentimiento y él pasaba sus dedos suavemente. Yo me retorcía de la risa, pero estaba decidido a aguantar.


En cierto momento, se colocó detrás mío y me agarró el pene. No fue algo raro, en la familia siempre se hacía ese chiste en donde a uno lo soltaban si lograba chiflar. Logré pasar la prueba, pues tampoco bajé los brazos en esta ocasión. Por suerte, este tormento no duró más que dos segundos.


En cierto momento, Jorge se unió al desafío. 
Vamos a ver si también tiene cosquillas en los pies - le dijo a mi abuelo.

Tomó uno de mis pies y empezó a hacerme cosquillas ahí, mientras mi abuelo me hacía cosquillas en las costillas. Yo no podía más de la risa y trataba de seguir manteniendo los brazos lo más arriba posible. Vi el reloj y habían pasado apenas 2 minutos y medio.



Finalmente, mi abuelo se colocó detrás mío y volvió a hacerme cosquillas; esta vez, en ambas a la vez. Yo estaba chivado como si hubiera salido de jugar al fútbol, cosa que no pareció importarle, y yo no podía parar de reírme. Era algo insoportable, aguantar ese tiempo fue un auténtico infierno.




Cuando el tiempo llegó a su fin y logré aguantar los 5 minutos, me abuelo tomó su billetera y me dio el dinero que le había pedido. No creo volver a pedirle dinero nunca más, pues aquel día me di cuenta que trabajar no es tan extenuante como ser víctima de las cosquillas de tu abuelo.

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